Domingo 26 "B"


Nm 11, 25-29

Sal 18

St 5, 1-6

Mc 9, 38-43.45.47-48

 

 

            La Palabra de Dios es siempre amor de Dios y lo es tanto cuando nos anima y nos consuela, como cuando nos llama a conversiónUna conversión que va siempre unida, no al moralismo, sino en una fidelidad a la obra que el Señor ha realizado con cada uno y a una adhesión mayor al Evangelio: “Conviértete y cree en el Evangelio”.

 

La precariedad, la inseguridad de nuestra vida, nos lleva a estar tentados de buscar siempre la seguridad, esa seguridad que da la riqueza. Santiago viene a recordarnos que es imposible servir a Dios y al dinero, que es imposible confiar en Dios, en su providencia e ir detrás de los ídolos, esos ídolos que nos esclavizan, como vio Víctor Hugo al poner su dinero sobre la mesa, preguntándose: “¿Quién pertenece a quién? ¿Las monedas a mí o yo a las monedas?”. Unos ídolos que no tienen corazón y lo pagan los más pobres.

 

La primera lectura y el Evangelio nos recordaba otra de las tentaciones en que podemos caer. Una tentación en la que, si caemos, nos daña a nosotros mismos y a la misión que el Señor nos ha encomendado. La tentación de pervertir el sentido de nuestra elección, viéndola como un privilegio exclusivo. Pretender tener el monopolio de la obra del Señor. Dios nos ha educado en la gratuidad para librarnos del juicio y de la acepción de personas.

 

“Ojalá todo el pueblo profetizara… Ojalá todos realizaran milagros en nombre de Jesús”. El Señor nos ha llamado y nos ha elegido para ser sacramentos e instrumentos de Salvación, y no podemos desertar de esta misión; pero, gracias a Dios, no tenemos la exclusividad. Dios es más grande que nosotros y nos alegramos de que actúe donde y con quien le plazca. 

 

Y la misma tentación puede presentarse en el ejercicio del carisma que el Señor nos da. El ser presbítero, responsable, catequista, salmista, lector, no es para uno mismo. El presbítero tiene la misión de hacer crecer a toda la comunidad en su sacerdocio común, el responsable a que toda la comunidad lo sea, el catequista a que toda la comunidad dé testimonio, el salmista a que toda la comunidad eleve un canto a Dios, … Ojalá todos fueran presbíteros, responsables, catequistas, salmistas, …

 

Preserva a tu siervo de la arrogancia para que no me domine”, hemos proclamado en el salmo. Pedimos al Señor que nos libre de esa arrogancia en nuestra manera de ver las cosas (los ojos), en nuestra manera de actuar (las manos), en nuestro caminar o de cumplir nuestra misión (los pies), para que nos seamos una piedra de tropiezo, para que no apartemos del camino a los más pequeños, a los que empiezan a creer.

 

El Señor nos corrige y nos advierte de los peligros porque nos quiere, pero no deja de animarnos: Y nos recuerda que él, que conoce nuestras pobrezas y nuestras tentaciones, cuenta con nosotros, hasta el punto de identificarse plenamente con nosotros: “El que OS dé de beber un vaso de agua porque sois de Cristo, no se quedará sin recompensa”

 

            Como siempre, la Eucaristía viene a significar y a realizar esa unión profunda con Cristo, esta pregustación del Reino. 

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