Vigilia de Pentecostés "C"

    


                                Vigilia de Pentecostés “C”

 

Queridos hermanos, a lo largo de toda esta celebración hemos estado pidiendo: “Ven Espíritu Santo”. Pero… ¿qué estamos diciendo cuando pedimos que venga el Espíritu Santo? Estamos pidiendo, ni más ni menos, que Dios venga a habitar dentro de nosotros. Lo decía Jesucristo claramente en el Evangelio: “Vendremos a él y haremos morada en él”. Ven Señor, ven Dios y vive en mí. Es enorme lo que pedimos.

 

Cuando Dios bajó al Sinaí, se armó una buena: los truenos, terremoto, trompetas, un estruendo enorme. Y el Señor, en cambio viene a nosotros de una forma tan humilde, tan sencilla. ¿Pero por qué se lo pedimos? Porque quien tiene a Dios dentro de sí, quien tiene a Dios en su interior, tiene en sí la fuente del amor verdadero.

 

Tiene en sí la fuente de ese amor que salta hasta la vida eterna;  tiene dentro de sí la fuente del sentido, la fuente de la vida, la fuente de la luz, de la sabiduría. El Espíritu Santo es Dios, Dios viviendo dentro de ti, y la presencia de Dios dentro de ti, te colma de unos dones y de unos frutos maravillosos, que hemos cantado sobre todo en esta secuencia de Pentecostés que va repitiendo los frutos de la presencia del Señor dentro de ti, aunque lo importante es que vivamos todo esto que cantamos porque esta presencia del Señor realmente da en nosotros todos estos frutos, estos dones, estos carismas. Y si Dios vive dentro de ti nunca estás solo.

 

Si te sientes solo, pide: “Ven Espíritu Santo, porque es el que realmente llena esa soledad muy profunda que hay en ti. El Espíritu Santo es “Persona”, “Persona”; es Dios, es verdad, y tiene la naturaleza de Dios, porque es el amor, es la santidad, es la vida, es el bien. Pero es una Persona, distinta al Padre y distinta al Hijo.

 

Y por eso puedes tener una relación personal con el Espíritu Santo. Eso, tal vez no lo entendemos, no lo vivimos mucho; tal vez porque no se nos ha educado tampoco, no hemos sido catequizados para tener esta relación personal con el Espíritu Santo. Porque con el Espíritu Santo puedes dialogar.

 

Puedes dialogar con el Padre, escucharlo y hablarle. Y cuando escuchamos y hablamos al Padre, normalmente, como no sabemos muy bien dónde está, dirigimos la mirada hacia arriba, hacia lo alto; pero no es un arriba físico, es un arriba hacia el universo, hacia el infinito, hacia lo excelso.

 

Y cuando dialogamos con el Hijo, lo hacemos ante un Cristo crucificado en la cruz; o en la Eucaristía: podemos hablar con él en el Sagrario; o ante una imagen del Buen Pastor o de la Majestad y lo hacemos porque Jesucristo es la “Imagen humana de Dios”. 

 

Pero… ¿y el Espíritu Santo?, ¿cómo rezar al Espíritu Santo?, ¿cómo dialogar con el Espíritu Santo? Cerrando los ojos, mirando hacia adentro, porque el Espíritu Santo está dentro de ti. Y allí, dentro de ti, puedes ante todo escucharle. Si escucháramos al Espíritu Santo! Ay si lo escucháramos! Qué distinta sería nuestra vida. 

 

Porque el Espíritu Santo te habla, te guía, te aconseja, te consuela, te defiende. El Espíritu Santo te va diciendo: “no, no te desesperes”, te va diciendo: “no, no juzgues a este hermano”, te va diciendo: “entra en esta cruz, que verás como no te mueres sino que resucitas”. El Espíritu Santo va hablándote dentro de ti, va murmurando.

 

Y también puedes rezarle: “Espíritu Santo, amigo mío, mi ayuda, mi consuelo: mira cómo estoy, ya me ves cómo sufro”... Puedes hablar con él, en lo más profundo de ti mismo. Decía el gran poeta, que a mí me encanta, Antonio Machado: “quien habla solo espera hablar con Dios un día”. No tenemos que hablar solos, hablamos con Dios que está dentro de nosotros.

 

Es estupendo vivir esa presencia del Espíritu Santo y no dejar que el Espíritu Santo nos deje, pedirle que cada vez nos llene más, que cada vez tenga más peso en nuestra vida, que cada vez lo escuchemos más, lo veamos más; porque lo peor que nos puede pasar, y por eso nos avisa, es contristar al Espíritu Santo que hay en nosotros. Poner triste al Espíritu Santo que hay dentro de nosotros.

 

Porque el Espíritu Santo es una persona y lo entristecemos cuando no le hacemos caso. Como ocurre si el marido no tiene en cuenta a la mujer y hace lo que quiere por su cuenta, y piensa solo en él; entonces la mujer se entristece, y a veces se va y a veces no se va. Y tú puedes entristecer al Espíritu Santo si no cuentas con Él, si no lo tienes en cuenta, si no lo escuchas, si no eres consciente de su presencia.

 

Por eso es tan importante tener esta conciencia del Espíritu Santo, esta conciencia y no entristecerlo, porque es muy delicado, muy sensible y respetuoso. Si tú no lo quieres, si tú no le haces caso, si pasas de Él, Él puede decirte: “oye, pues ahí te quedas tú”. Pero si le abrimos un poquito nuestro corazón, qué salvación, porque él, como Dios que es, es fiel, y él nunca dejará de amarnos, nunca dejará de querer habitar con nosotros, vivir en nosotros.

 

Amados hermanos, es una fiesta estupenda. Si estáis aquí, es porque el Espíritu Santo en cierta medida, en cierta manera, está dentro de vosotros. Porque en cierta manera habéis escuchado la palabra del Señor y en cierta medida la habéis guardado en vuestro corazón como María.

 

Pero mucho más: no seamos tontos. Tenemos un tesoro, un tesoro dentro de nosotros y a veces vivimos como pobres. Este tesoro es la riqueza del Espíritu Santo, que te da alegría, que te da paz, que te lleva a amar, a perdonar, a cargar con el pecado del otro.

 

No podemos decirlo todo. El Espíritu nos irá llevando a la verdad plena. Bendigamos al Señor porque no nos ha dejado solos, ni desorientados, ni fríos, ni en descomunión los unos con los otros, sino que continuamente, a través del Espíritu Santo, nos llama a la fe, a la esperanza, al amor. Proclamemos nuestra fe.

Comentarios

Entradas populares