14/09/22 Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz
Nm 21, 4-9
Sal 77,1-2.34-35.36-37.38
Flp 2, 6-11
Jn 3, 13-17
El otro día alguien se acercó a mí y me preguntó: “¿Dios me manda los sufrimientos que tengo como castigo de mis pecados?”. Yo le llevé delante de una imagen de Cristo crucificado y le pregunté: “¿Y Jesús… qué pecados había cometido para que su Padre le tratase así?”. ¿Y el sufrimiento de los niños? ¿Qué han hecho ellos?
No hay respuestas fáciles para la realidad del sufrimiento, del dolor, de la cruz. Ello no significa que no tengan “sentido”. No son un absurdo porque en el “absurdo” no se puede vivir; el absurdo nos mata.
La realidad de la Cruz es un “misterio”, no es en sentido moderno (un enigma, algo incomprensible), sino en su sentido original y en el sentido de la fe, como cuando decimos en la Eucaristía: “Misterio de la fe”. Para entender y vivir un “misterio” hace falta una iniciación y un iniciador: la iniciación a la fe cristiana y el Espíritu de Cristo que actúa en la Iglesia.
Las lecturas de esta fiesta nos abren a la comprensión de la Cruz para poder vivir su misterio como lo vivió Cristo, con el Espíritu de Cristo.
El salmo nos recuerda cómo el Señor nos inicia para poder vivir con sentido esta realidad del sufrimiento: “Escucha, pueblo mío, mi enseñanza, inclina el oído a las palabras de mi boca: que voy a abrir mi boca a las sentencias, para que broten los enigmas del pasado”
La fuente de todos los males del hombre radica en su orgullo que le lleva a creer que sabe más y puede más que nadie, más que los otros, más que Dios. Como el pueblo de Dios en la primera lectura. Para el orgulloso, la cruz, sabiduría de Dios es una cura de humildad que le abre a la obediencia salvadora.
La segunda lectura nos muestra esa misma obediencia y humildad en el abajamiento (Kenosis) de Cristo. El cristiano, aceptando los sufrimientos de su vida, su cruz, en humildad y obediencia al Espíritu de Cristo, participa en la glorificación de Cristo, y en su obra de salvación de los hombres.
El Evangelio nos recuerda que la Cruz es fruto y fuente del amor de Dios que nos ama gratuitamente y quiere nuestro bien, nuestra salvación y nos invita a dejar que la contemplación de Cristo en la Cruz, ilumine toda nuestra vida.
Sal 77,1-2.34-35.36-37.38
Flp 2, 6-11
Jn 3, 13-17
El otro día alguien se acercó a mí y me preguntó: “¿Dios me manda los sufrimientos que tengo como castigo de mis pecados?”. Yo le llevé delante de una imagen de Cristo crucificado y le pregunté: “¿Y Jesús… qué pecados había cometido para que su Padre le tratase así?”. ¿Y el sufrimiento de los niños? ¿Qué han hecho ellos?
No hay respuestas fáciles para la realidad del sufrimiento, del dolor, de la cruz. Ello no significa que no tengan “sentido”. No son un absurdo porque en el “absurdo” no se puede vivir; el absurdo nos mata.
La realidad de la Cruz es un “misterio”, no es en sentido moderno (un enigma, algo incomprensible), sino en su sentido original y en el sentido de la fe, como cuando decimos en la Eucaristía: “Misterio de la fe”. Para entender y vivir un “misterio” hace falta una iniciación y un iniciador: la iniciación a la fe cristiana y el Espíritu de Cristo que actúa en la Iglesia.
Las lecturas de esta fiesta nos abren a la comprensión de la Cruz para poder vivir su misterio como lo vivió Cristo, con el Espíritu de Cristo.
El salmo nos recuerda cómo el Señor nos inicia para poder vivir con sentido esta realidad del sufrimiento: “Escucha, pueblo mío, mi enseñanza, inclina el oído a las palabras de mi boca: que voy a abrir mi boca a las sentencias, para que broten los enigmas del pasado”
La fuente de todos los males del hombre radica en su orgullo que le lleva a creer que sabe más y puede más que nadie, más que los otros, más que Dios. Como el pueblo de Dios en la primera lectura. Para el orgulloso, la cruz, sabiduría de Dios es una cura de humildad que le abre a la obediencia salvadora.
La segunda lectura nos muestra esa misma obediencia y humildad en el abajamiento (Kenosis) de Cristo. El cristiano, aceptando los sufrimientos de su vida, su cruz, en humildad y obediencia al Espíritu de Cristo, participa en la glorificación de Cristo, y en su obra de salvación de los hombres.
El Evangelio nos recuerda que la Cruz es fruto y fuente del amor de Dios que nos ama gratuitamente y quiere nuestro bien, nuestra salvación y nos invita a dejar que la contemplación de Cristo en la Cruz, ilumine toda nuestra vida.
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