Tiempo Ordinario – Año Par - Viernes 25ª semana
Ecl 3, 1-11.
Sal 143
Lc 9, 18-22.
En estos días se ha puesto de moda en los medios de comunicación el uso de la expresión “Tic, tac, tic, tac” para expresar una amenaza que se acerca a medida que avanza el tiempo. San Agustín en el capítulo 11 de sus Confesiones ya nos abría a la contemplación de ese misterio que es el tiempo. El tiempo nos mata, nos lleva a la inevitable muerte, y para que no nos mate nosotros intentamos matar el tiempo… y no vivimos, nos desvivimos.
El Eclesiastés en la primera lectura de hoy nos muestra cómo, aunque hay un tiempo para cada cosa, nosotros nos empeñamos en luchar contra el tiempo, contra la historia, y así vivimos cansados, estresados, decepcionados.
El tiempo necesita una redención, una salvación, una santificación, algo que llene de sentido la historia, cada momento de nuestra vida. Esto se produce cuando nos encontramos y reconocemos, como Pedro en el Evangelio, al que es Señor del Tiempo, al que es el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el sentido de nuestra historia y de toda la historia. En él, el tiempo es Kairós, “tiempo de Salvación”.
El salmo nos recuerda que en medio de la vorágine del tiempo y de la historia, donde todo se mueve, donde experimentados nuestra pequeñez, nuestra inconsistencia, nuestra nada, hay una Roca en la que podemos mantenernos firmes y descansar y desde la que podemos elevar una alabanza.
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