18/10/2022 San Lucas, Evangelista.


2 Tm 4, 10-17b

Sal 144

Lc 10, 1-9

 

            Siempre que celebramos la fiesta de un apóstol o de un evangelista, la Iglesia nos invita a recordar el gran don que ha sido para nosotros el haber recibido el Evangelio, el Kerigma, que ha engendrado en nosotros la fe. ¡Qué distinto vivir la vida con la luz del Amor Gratuito de Dios que ilumina todos los acontecimientos de nuestra historia a vivirlos en el sinsentido, en la oscuridad! Especialmente cuando nos visita la cruz, los problemas, las dificultades, los sufrimientos.

 

            En la 1ª Lectura, San Pablo nos da este testimonio de fe. En la tarea que el Señor le ha encomendado hay luces (como la comunión y el apoyo de Lucas, Marcos y los otros colaboradores) y hay sombras (como la deserción de Dimas, la traición de Alejandro y la soledad que ha experimentado). Pero proclama también la fidelidad y la ayuda del Señor y el gozo de haber anunciado el Evangelio a los paganos.

 

            Si estamos contentos de este regalo que es haber saboreado las primicias del Reino de Dios, el Evangelio nos recuerda que Cristo nos ha unido a él en su deseo de que la Buena Noticia llegue a todos. Allí donde vayamos, Cristo va con nosotros; somos “Cristóforos” portadores de Cristo, como María en su visita a Isabel, Imagen de la evangelización.

 

            Si nos sentimos pobres (sin bolsa ni alforja, inútiles), vamos bien: nuestra única riqueza es Cristo. Si nos sentimos débiles e indefensos (como ovejas en medio de lobos), vamos bien: Cristo es nuestro escudo protector; si nos sentimos intranquilos, vamos bien: Cristo es la paz que llevamos y comunicamos. 

 

            El Salmo sintetiza el mensaje de la fiesta de hoy: llamados a ser evangelizadores: “a explicar las hazañas de Dios a los hombres, la gloria y majestad de su reinado” 

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