28 domingo Tiempo Ordinario Ciclo C
2 R 5, 14-17
Sal 97
2 Tm 2, 8-13
Lc 17, 11-19
La Palabra de Dios nos trae la buena noticia de que Jesucristo tiene el poder de sanar nuestras lepras. La lepra, como enfermedad física, actualmente por el avance de la ciencia, ha disminuido mucho. Pero es una terrible enfermedad: un bacilo, una bacteria, el bacilo de Hansen entra en tu organismo y va invadiendo tus órganos produciendo una corrupción en vida, de manera que vas perdiendo tus miembros y tu imagen de hombre. Además, es contagiosa
Pero, las enfermedades físicas que aparecen en la Palabra de Dios son una imagen de las enfermedades espirituales. En este caso de la lepra espiritual. Esa lepra que es el pecado, ese pecado que está en nuestro corazón y que Dios viene a sacar a la luz para poder curarlo. Así lo vemos en Éxodo 4, cuando Dios manda a Moisés meter la mano en el costado, saca la mano llena de lepra, la vuelve a meter obedeciendo a Dios y la mano está limpia.
El pecado dentro de nosotros se extiende por todo nuestro ser y nos corrompe produciendo una muerte en vida y que perdamos la Imagen de Dios. Eso ocurre con todo pecado; pero, especialmente, como vemos en el primer caso de lepra que aparece en la Biblia, la lepra de Miriam, hermana de Moisés, cuando se deja llevar por el juicio y la murmuración (Números 12, 1-16). El juicio y la murmuración, que son muy contagiosos, hacen que perdamos la Imagen de Dios, y que podamos perder miembros de nuestro cuerpo, de nuestra comunidad.
La 1ª Lectura nos abre a la esperanza de, en obediencia a Dios, en la humillación de aceptar la palabra de quien él envía, aunque nos parece absurda, hay curación, hay salvación. Se puede pasar del juicio y la murmuración a la humildad, al agradecimiento a la alabanza.
La 2ª lectura nos da la clave: acuérdate de Jesucristo, acuérdate de que él se ha hecho leproso para cargar con nuestras lepras, hasta el punto de perder toda imagen: “No hay en él parecer, no hay hermosura” … (Is 53); acuérdate de que él es fiel y no puede negarse a sí mismo. Acuérdate de que con él puede morir tu hombre leproso y resucitar un hombre nuevo.
Y el Evangelio nos invita, ya que nos hemos acordado de él, a gritarle por su nombre: “Jesús, maestro, (o Jesús, Hijo de David, como el ciego) ten misericordia de mi” y el señor te cura hoy de tus lepras, de tus juicios, de tus murmuraciones.
Y a no ser un desagradecido, como los nueve leprosos. A recordar que no es lo mismo la curación que la salvación. Hay muchos que vienen al camino porque están muy mal, pero así que están un poco arregladitos, adiós y muy buenas.
El Evangelio nos invita a volver a Jesús para hacer Eucaristía, para reconocerle como Señor, para elevar una acción de gracias por la salvación, a elevar un cántico nuevo porque ha hecho maravillas y a invitar, con el Salmo, a todas las naciones a conocer esta salvación, este amor, que no sólo nos cura, sino que nos hace Hijos.
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