29 domingo Tiempo Ordinario Ciclo C
Ex 17, 8-13
Sal 120
2 Tm 3,4-4,2
Lc 18, 1-8
La 1ª lectura nos recuerda hoy que somos parroquianos, peregrinos, caminantes hacia la tierra prometida y que en nuestro caminar vivimos un combate con enemigos que no quieren que lleguemos a esa tierra prometida. También en el Evangelio aparece un adversario, un enemigo que quiere arrebatar a esa pobre viuda, imagen del cristiano, imagen de la Iglesia, lo que necesita para subsistir. La viuda está también en lucha y no sólo con ese enemigo, sino también con la sordera del juez.
Conviene recordar lo que San Pablo nos dice en la carta a los Efesios: “Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas”. (Ef 6, 12). Nuestro combate es un combate espiritual contra quien quiere arrebatarnos el amor de Dios, la alegría de la salvación, la comunión con los hermanos.
Conscientes de nuestra pobreza, de nuestra debilidad, sabemos que “si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas” (Sal 127, 1). Nuestra forma de combatir es la oración. Y rezamos. Pero... ¿por qué el Señor tarda en responder?
En la primera lectura se pasan todo el día combatiendo (es decir, rezando) y en el evangelio la viuda tiene que hacerse pesada, impertinente.
El peligro de la oración es que recemos desde la rutina, desde la superficialidad. El Señor tarda porque quiere que sepamos de verdad que en la oración nos va la vida, que nos va la vida, la Vida Eterna, en ello.
Por eso Moisés reza con los brazos abiertos, como el cristiano, que reza no desde sus seguridades y como una deferencia. El cristiano reza desde la Cruz, crucificado con Cristo, apoyado en la Roca que es Cristo.
Apoyado en Cristo, que es la Palabra de Dios. El Salmo responsorial nos invitaba a levantar los ojos a los montes, esos montes donde se ha mostrado la Santidad de Dios, la Salvación de Dios, el Amor Gratuito de Dios. Esos montes que según los Padres de la Iglesia son las Escrituras que son todas un Kerigma.
Como recordaba Pablo a Timoteo, en la 2ª Lectura, hemos sido instruidos en la Palabra de Dios. Por ello, en la lucha con nuestros enemigos, en el combate espiritual, en la oración tomamos “la Espada del Espíritu que es la Palabra de Dios”.
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