2 domingo Adviento Ciclo A


Is 11, 1-10
Sal 71
Rom 15, 4-9
Mt 3, 1-12
 
            Estamos en Adviento. Este tiempo que nos anuncia que el Señor viene. Viene para hacer justicia de los pobres, como nos recuerda el Salmo que hemos proclamado. Una justicia no vindicativa, ni vengativa. Una justicia de nuestra vida, de la pobreza de nuestra vida, a llenar nuestra pobre vida de sentido.
 
            Viene a dar respuesta, a dar cumplimiento a los deseos más profundos de nuestro ser. Deseos de plenitud, deseos de paz como proclamaban la 1ª y la 2ª Lecturas. Una paz verdadera que sólo es posible con la reconciliación. Estamos en lucha. En lucha con los otros, porque estamos en lucha con nosotros mismos, y si estamos en lucha con los otros y con nosotros mismos es que estamos en lucha con Dios.
 
            Para que esta paz y esta reconciliación sean posibles, necesitamos que nazca un niño, que se nos dé un hijo. Un hijo que tengo un espíritu capaz de vencer el mal que hacemos y que nos hacen. Un hijo que nos traiga la victoria sobre nuestros pecados y sobre nuestros miedos, especialmente que nos libre del miedo a la muerte.
 
El Señor viene, la paz y la reconciliación están a nuestro alcance, pero hemos de acogerlo. ¿Cómo preparar el camino al Señor? Nos lo sugiere la segunda lectura. Acogiendo el consuelo que nos dan las Escrituras. Pidiendo que se nos regale el don de la paciencia (poder sufrir por esperar; sufrimiento sí, pero distinto al de la impaciencia, al de la desesperanza) y abrirnos al perdón.
 
Juan Bautista la figura del Adviento nos da la clave de esta preparación: la humildad que es la verdad. Aceptar la historia de humillación que el Señor ha hecho y hace con nosotros, aceptar la cruz que nos hace pequeños, que nos hace pobres, Y no dar nada por supuesto. ¿De qué te sirve decir que eres hijo de Abraham, si no vives en la fe, en la esperanza, en la alabanza? Ojalá podamos, Abraham, ver el día del Señor y alegrarnos en nuestro Isaac.

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