2022 Penitencial de Adviento
Sof 3, 1-2.9-13
Sal 33
Mt 21, 28-32
El evangelio que acabamos de escuchar nos invita a acoger a Juan Bautista y a su mensaje de Adviento, pues quien no acoge a Juan el Bautista no acogerá al mesías que viene. ¿Qué nos dice Juan el Bautista? Convertíos y haceos bautizar confesando vuestros pecados. Estamos aquí porque aceptamos esta invitación de Juan. Nosotros ya estamos bautizados, pero tenemos el sacramento de la Conversión, de la Penitencia, de la Reconciliación que es como un segundo, tercero, … bautismo.
La Iglesia nos enseña que para vivir bien este sacramento es bueno hacer un examen de consciencia para ver nuestros pecados (algunos les cuesta ver qué tienen que confesar; si no los ven hoy es Santa Lucía, que le pidan que les abra los ojos porque haberlos, hay los). Y una vez vistos, tener dolor de esos pecados y deseos de no pecar más. El arrepentimiento es necesario para la conversión y para la eficacia del sacramento.
Son muchos nuestros pecados, pero como estamos en Adviento, es una buena ocasión para tomar consciencia de los pecados que cometemos contra la esperanza.
El primero es el pesimismo. Dejamos que el diablo nos coloque unas gafas oscuras y con ellas miramos nuestra historia, miramos a nosotros mismos, miramos a los demás. Y claro… aparece otro pecado la tristeza y, fruto de la tristeza, el malhumor.
Otro pecado contra la esperanza, es la murmuración. ¿Cuántas veces te has confesado de ser un quejica, que aburre a los demás? Detrás de la murmuración, está el juicio. ¿Cuántas veces has juzgado y condenado a los demás, a ti mismo? No os quejéis los unos de los otros, nos decía San Pedro el domingo pasado.
Y todo ello es por el pecado de la mundanidad, que es una idolatría. Codiciamos tantas cosas y cuando no los tenemos, nos airamos. No habías caído en que la ira, no es sólo un pecado contra la caridad, también lo es contra la esperanza. Pero también otra forma de mundanidad: el agobio, las preocupaciones de este mundo.
Otro, la Impaciencia, lo quiero todo y lo quiero ahora. Hija de la impaciencia es la exigencia: con Dios, con los demás, con la Vida.
No es de extrañar que acabemos en la pereza, la desidia, la acidia. Si, si ya iré a trabajar a la Viña… pero ¿para qué? ¿qué sacaré yo de ello? Que vaya mi hermano, o mi primo. La pereza es una falta de motivación y la fuente de la motivación es la esperanza.
No acabaríamos nunca. Pero falta el pecado más grave contra la esperanza: el Orgullo. Si viene el Señor que sea para ponerse a mi servicio no para ponerme a mí a su servicio. Yo sé mejor lo que es bueno, lo que me conviene. La esperanza es el lote, la heredad de los pobres, de los humildes.
Ánimo, pues, os invito a sentir dolor de esos pecados y a confesarlos. En la penitencial tenemos un bautismo, pero no el de Juan, sino el de aquel que viene con Espíritu Santo y Fuego, aquel que hace Pascua contiguo para que mueras a tus pecados y resucites con él en una humanidad nueva, un hombre humilde, que acepta su pobreza y espera con ansias y alegría que el Señor venga. Deja que el señor te resucite, que el Señor te levante (incluso en el gesto).
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