4 domingo Adviento Ciclo A
Is 7, 10-14
Sal 23
Rom 1, 1-7
Mt 1. 18-24
En este tiempo de Adviento, en la liturgia, la Iglesia nos invita a contemplar las figuras que han vivido intensamente y nos ayudan a vivir el Adviento. Los profetas, que iluminan nuestra historia como la obra de Dios para llevarnos a nuestra verdad, nuestra pobreza radical, nuestra nada, nuestra absoluta necesidad de Salvación. Juan el Bautista, invitándonos a la conversión. A Zacarías, Isabel, Simeón, Ana, y, sobre todo, a María.
En este 4º Domingo de este ciclo A, el Evangelio de Mateo proclama la experiencia de Adviento de José, como una buena noticia, como una iluminación de nuestro Adviento que es también, combate de fe. José vive el Adviento en un combate de fe, centrado en María, centrado en la Iglesia.
Para ayudarnos, la primera lectura contrapone la actitud del rey Acaz a la de San José. Este fragmento de Isaías es tan conocido, lo hemos escuchado tantas veces que corremos el riesgo de que no nos sorprenda, de que no veamos su profundidad. Parece que el rey Acaz responde bien, conoce la Torá: no pedirás pruebas a Dios, no tentarás al Señor tu Dios como hicisteis en Masá y Meribá. Si es así no se entiende cómo el profeta se enfada: “No te basta con cansar a los hombres que cansáis incluso a mi Dios”. Para entender su mensaje conviene conocer el contexto.
El rey de Siria se ha aliado con el reino de Israel para atacar a Judá. El rey Acaz está muerto de miedo y desanimado porque además no tiene descendencia. Tiene pensado pedir ayuda al rey de Asiria. Pero el profeta, de parte de Dios, le manda no pedir ayuda a Asiria porque eso supondría el fin del Reino de Israel, como ocurrirá. Le dice que no tenga miedo, que Dios proveerá, que crea en la fidelidad de Dios. Y para ayudarle a fiarse de Dios que pida una prueba. Pero, Acaz no se fía. No quiere pedir la prueba porque no quiere obedecer. Y el Señor, no obstante, gratuitamente, le da una prueba de su fidelidad, de la continuidad de la promesa que hizo a David.
Dios a veces nos da pruebas: los milagros de Jesús, las obras que el Señor ha realizado en nuestras vidas, el milagro que nuestros catequistas nos invitaron a pedir en Loreto, viene en ayuda de nuestra fe en nuestros combates, para ayudarnos a aceptar la voluntad de Dios. Pero si no queremos hacerla, por muchas pruebas y señales, por muchos milagros seguiremos en nuestra voluntad. Recordemos la respuesta del Padre Abraham al rico Epulón: Ni aunque resucite un muerto.
José también se encuentra entre la espada y la pared, en un duro combate. Todo el programa de vida que tenía, un programa santo de vida matrimonial con María parece que se derrumba. La Ley le dice que tiene que repudiar a María y denunciarla porque si no lo hace sería un transgresor de la Ley de Dios. Pero el Señor No le abandona, le da una prueba, una ayuda, una palabra. Porque el Señor no permite que seamos tentados por encima de nuestras posibilidades.
Y, aunque José no entiende, la palabra le sirve porque no quiere dudar del amor de Dios ni quiere dudar de María, y crucifica su razón, su propia justicia, y como Abraham sacrifica este hijo, este proyecto de realización, entrando en la voluntad misteriosa de Dios. Acepta trascenderse en Dios.
También nosotros hermanos tenemos nuestros proyectos, que pueden ser buenos y santos como los de José, o no tanto, y podemos estar en un combate porque no entendemos la voluntad de Dios, lo que Dios permite, en nuestra vida, en nuestra familia, en la comunidad, en la Iglesia, en la historia.
Pero el Señor, como a José, nos da una palabra que es luz, nos ayuda con tantas pruebas y señales, y sobre todo, si se lo pedimos sinceramente Él nos da el querer y el poder crucificar nuestra mente y entrar con fe y esperanza en su voluntad.
La Epístola a los Romanos nos recordaba que hemos sido llamados para acoger el Evangelio, la Buena Noticia de este Dios que se encarna, que entra en la muerte por nosotros, para poder resucitarnos con su poder y nos invita a responder a la fe y a dar gloria en su nombre, lo que haremos ahora proclamando el Credo y alzando la copa de la bendición.
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