A.- Domingo 3 Adviento


Is 35, 1-6.10
Sal 145
St 5, 7-10
Mt 11, 2-11
 
            Toda la liturgia de este domingo, comenzando por la 1ª lectura, es como un pregón de las fiestas pascuales que se acercan: la Pascua de Navidad. Y todo pregón de fiestas es una invitación a la Alegría: “Exulten los Coros de los Ángeles” empieza el pregón pascual. “Alégrense los rescatados del Señor” nos dice Isaías.
 
            Es verdad que nosotros somos desierto y yermo, páramo y estepa, pero viene a visitarnos y vamos a contemplar la “Belleza” del Señor. Cuantas cosas bellas ha hecho el Señor para nosotros para que veamos cuánto nos ama. Viene a llenar nuestra fealdad de su Belleza, una belleza que no es sólo exterior, sino que viene de dentro, una Belleza que es la expresión visible de la Bondad. Que razón tienen los niños pequeños, que cuando dicen “guapo” o “feo” en realidad están diciendo: “bueno” o “malo”.
 
            El Salmo y la primera parte del Evangelio nos muestran los motivos para alegrarnos de esta venida del Señor. El viene a hacer, justicia profunda de nuestras vidas, a curar nuestras enfermedades: a librar a los oprimidos, a saciar el hambre de los hambrientos, a abrir los ojos de los que están ciegos al amor de Dios, a resucitar a los que están muertos.
 
            El apóstol Santiago, en la segunda lectura, nos invita a no impacientarnos si nos parece que el Señor tarda, a no caer en la tentación de la murmuración contra la historia, contra los demás, contra Dios; a esperar con paciencia que el Señor cumpla sus promesas a su tiempo, esas promesas que tanto vivieron y anunciaron los profetas.
 
            Y Juan el Bautista, una de las figuras claves del Adviento, nos invita en el Evangelio a preparar los caminos al Seño que viene: a salir a su encuentro con las lámparas de la fe encendidas, a mantenernos vigilantes y en oración, a convertirnos y a recibir el bautismo de conversión (el sacramento de reconciliación que celebraremos esta semana), y a la alegría de compartir, a no hacer oídos sordos a la Invitación que nos hace la Iglesia, especialmente Cáritas, de pensar en los pobres y ayudar a que puedan bendecir al Señor en estas fiestas.  Los primeros beneficiados no son ellos, Dios proveerá por otros caminos, sino nosotros. 
 
            Nada os inquiete. Vivid alegres y no temáis que el Señor viene ya.

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