Tiempo Ordinario (Impar) Jueves semana 02
Hb 7, 25 – 8, 6.
Sal 39
Mc 3, 7-12
La carta a los Hebreos nos recuerda hoy que la liturgia que vivimos aquí en la tierra y todo lo implicado en esta liturgia (el templo, el altar, las ofrendas, las celebraciones, el sacerdote, …), son sólo un reflejo, una imagen, un sacramento, de la verdadera liturgia que se da en el cielo donde se encuentra el verdadero templo, el verdadero altar, la verdadera celebración, el único y verdadero sacerdote: Jesucristo. De esta liturgia celeste brota la eficacia de nuestra liturgia.
En Jesucristo, único y eterno sacerdote, se encuentra el verdadero templo, el verdadero altar, las verdaderas ofrendas, la verdadera oración; como proclama el Salmo, en su cuerpo humano, pero libre de pecado (nunca ha dejado de amar a Dios y a los hombres), se cumple plenamente la voluntad de Dios y se sella la Nueva Alianza.
El Evangelio nos anuncia la Buena Noticia que ese Jesús, desde la barca de la Iglesia, sigue dando una Palabra de Vida que salva, que cura las enfermedades del Espíritu, que expulsa el mal.
Ojalá, como ese gentío del Evangelio, como la hemorroisa, tengamos ese fuerte deseo de tocar a Cristo con fe. De hecho, lo tocamos cuando comulgamos en la Eucaristía. ¿Somos conscientes de ese gran don?
Sal 39
Mc 3, 7-12
La carta a los Hebreos nos recuerda hoy que la liturgia que vivimos aquí en la tierra y todo lo implicado en esta liturgia (el templo, el altar, las ofrendas, las celebraciones, el sacerdote, …), son sólo un reflejo, una imagen, un sacramento, de la verdadera liturgia que se da en el cielo donde se encuentra el verdadero templo, el verdadero altar, la verdadera celebración, el único y verdadero sacerdote: Jesucristo. De esta liturgia celeste brota la eficacia de nuestra liturgia.
En Jesucristo, único y eterno sacerdote, se encuentra el verdadero templo, el verdadero altar, las verdaderas ofrendas, la verdadera oración; como proclama el Salmo, en su cuerpo humano, pero libre de pecado (nunca ha dejado de amar a Dios y a los hombres), se cumple plenamente la voluntad de Dios y se sella la Nueva Alianza.
El Evangelio nos anuncia la Buena Noticia que ese Jesús, desde la barca de la Iglesia, sigue dando una Palabra de Vida que salva, que cura las enfermedades del Espíritu, que expulsa el mal.
Ojalá, como ese gentío del Evangelio, como la hemorroisa, tengamos ese fuerte deseo de tocar a Cristo con fe. De hecho, lo tocamos cuando comulgamos en la Eucaristía. ¿Somos conscientes de ese gran don?
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