Tiempo Ordinario (Impar) Miercoles semana 02


Hb 7, 1-3.15-17
Sal 109
Mc 3, 1-6
 
            La carta a los Hebreos y el Salmo nos recuerdan que tenemos a Jesús como Sumo Sacerdote. El sacerdote es el puente entre Dios y los hombres y su misión es presentar a Dios de parte de todos y cada uno de los miembros del pueblo una liturgia de petición, ofrenda y acción de gracias a Dios para recibir así las bendiciones de parte de Dios y comunicarlas a todos y cada uno de los fieles.
 
            Normalmente el sacerdocio es un encargo temporal, un oficio, porque los sacerdotes son hombres expuestos a la enfermedad y a la muerte. No así Cristo, que por su encarnación unió la humanidad a la divinidad. Jesucristo no “hace” de sacerdote; “es” el único y verdadero sacerdote. Y por su resurrección vive por siempre, por eso intercede siempre por nosotros y su sacerdocio no pasa. 
 
            El Evangelio nos muestra a ese sacerdote, a Cristo, con una libertad y autoridad sobre la ley, que llena de rabia a los fariseos, esclavos del cumplimiento. Cristo ejerce esa libertad, esa autoridad no para anular la ley, sino para dar cumplimiento a la ley.   El, por amor al Padre, viene a curar todas las parálisis del hombre y a permitir al hombre poner sus manos, sus obras, al servicio de la voluntad de Dios que no es otra que el amor.
 
            Nosotros, Cuerpo de Cristo, participamos del cuerpo de Cristo: unidos a él presentamos súplica y acciones de gracias en nombre de nuestros hermanos, recibimos la Gracia y la comunicamos a nuestros hermanos.

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