5 domingo T. Ordinario Ciclo A


Is 58, 7-10

Sal 111

1 C 2, 1-5

Mt 5, 13-16

 

            Conviene recordar que Jesús dirige estas palabras a sus discípulos en frente de todo el gentío. Las dirige a los pobres, a los que lloran, a los que tienen hambre y sed de Justicia.

            

            Y Jesús no dice: tenéis que ser la sal, la luz. Ya somos sal y luz de la tierra aunque sabemos bien que nuestra sal y nuestra luz no son propias. No somos los que hemos elegido a Cristo. No somos quienes hemos elegido ser sal o luz. Es él quién nos ha elegido nos ha unido a él y a su misión. Él es el único que puede iluminar la realidad del hombre, la historia del hombre, nuestra realidad y nuestra historia. Él es el único que puede dar sabor a la vida de los hombres, con su propia sabiduría (la palabra sabiduría viene de sabor), la sabiduría de la Cruz.

 

            Acoger de corazón este Evangelio nos libra de la tentación del pesimismo ante las dificultades de la evangelización. Aquí, en las Santas, por gracia y misericordia de Dios, son un buen grupo los que acogen la invitación a las catequesis, a recibir el Kerigma. Pero que somos ante una realidad tan enorme y tan alejada de Dios como es Barcelona. Y no digamos en tantas parroquias en que la realidad del camino es tan pobre. Lo importante es que la luz y la sal en su pequeñez cumplan su misión. Tenemos constancia de tantas personas que aunque no estén en la comunidad han sido saladas e iluminadas. Y las que no conocemos, para que no nos subamos a la parra. 

 

            San Pablo en la Epístola a los Corintios nos desvelaba el misterio de por qué Dios elige a los pobres, a los débiles. Es en la pobreza, en la debilidad, donde se manifiesta el poder de Dios. Llevamos este tesoro que es el Evangelio, el amor de Dios, en vasos de barro. No hace falta que nos esforcemos. Dios ya se cuida de que aparezcan las dos cosas: el tesoro y nuestro barro. Todo es obra del Espíritu; si el Espíritu nos abandona, no somos nada.

 

            Como nos recordaba el salmo, sólo el justo, el que se ajusta a Cristo, sal y luz, brillará en las tinieblas. Solo el que permanece unido a la Vid, da frutos, puede mostrar esas obras que llevan a glorificar a Dios, no a nosotros mismos. 

 

            La primera lectura proclamaba que esas obras son posibles si dejamos que sea el Señor quien nos guie, si dejamos que su justicia nos precede y su gloria nos acompañe. Son las obras a las que Dios nos había predestinado desde la eternidad. Obras de la gracia de Dios, obras de la gratuidad, de compartir gratis lo que hemos recibido gratis; obras de misericordia que reflejan la misericordia que hemos recibido; obras que muestran el poder del Señor para apartarnos de la opresión, del dedo acusador, de la calumnia.

 

            Todo radica en permanecer unidos a Cristo y eso es lo que vivimos sacramental y eficazmente en la Eucaristía.

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