Jueves de Ceniza (2023)
Dt 30, 15-20
Sal 1
Lc 9, 22-25
Después de haber iniciado ayer el Camino hacia la Pascua, siguiendo a Jesús, la 1ª lectura nos recuerda hoy que la fe no nos quita el libre albedrío, la capacidad de decidir y optar cada día. Cada día podemos escuchar la voz del Señor y aceptar sus caminos o, como nos recordaba el Salmo 1 (el primero del salterio), escuchar otras voces y tomar otros caminos o hacer oídos sordos y sentarnos en el banco de los cínicos, los que, en el fondo, no creen en nada ni en nadie.
El Salmo 1 nos invita, recordando los frutos, a tomar el camino que Dios nos marca. ¿A donde te lleva tomar el camino que Dios te marca? A una vida llena de frutos, a una vida que se renueva como un árbol con hojas verdes, a una vida eterna. Seguir otros caminos te lleva a una vida quemada, a una vida convertida en polvo, a la nada.
El Evangelio hoy nos da una pista sobre cuál es el camino que Dios nos marca, el camino hacia la Vida. El evangelio no nos habla en clave moral (haced tales obras buenas y no hagáis tales obras malas). El camino que lleva a la Vida es el camino de la Cruz, el camino de tomar la propia Cruz y seguir a Cristo.
Tomar el camino de escapar de la Cruz es caer en sufrimientos mayores y sin sentido.
La Cruz es el camino de la humildad y de la obediencia; sin humildad y sin obediencia, todas las obras del hombre están marcadas por el sello del orgullo, por el perfume del orgullo y, aún las aparentemente buenas (como la caridad cuando se hace desde arriba) humillan y dañan.
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