B.- Domingo 10 Ordinario
Gn 3, 9-15
Sal 129
2 Co 4, 13 – 5, 1.
Mc 3, 20-35
La Palabra de Dios, que hemos proclamado, nos invita a hacer Eucaristía, a dar gracias a Dios, hoy especialmente por el gran don del discernimiento. La Primera lectura, que ya recibimos en el primer kerigma que escuchamos en el Camino, nos recuerda la obra que el Señor ha hecho con nosotros para que pudiéramos acoger este don: librándonos de la esclavitud a los ídolos, despertándonos de nuestras alienaciones, abriéndonos los oídos y los ojos al verdadero sentido de nuestra vida, de nuestra historia, de la historia de la humanidad.
El Señor nos ha abierto el oído para que pudiéramos conocer la causa de nuestros sufrimientos, de nuestras frustraciones, de nuestra infelicidad, de nuestra incapacidad para vivir “de verdad”, para amar “de verdad”. La Palabra nos recuerda que la muerte y el miedo a la muerte entraron en el mundo, en nuestra historia, por envidia del diablo, y que ese miedo a la muerte y esa incapacidad de amar la experimentan los que le pertenecen.
El Señor nos ha desatado de esa columna de nuestras seguridades a las que estábamos aferrados como el hombre en la pintura de Kiko del juicio final en la Domus: para descubrir que estamos en medio de una gran combate, de una gran batalla, en la que se juega nuestra vida y la vida de toda la humanidad.
Que estamos en medio de un gran juicio que se inició antes de que tú y yo existiéramos, antes de la creación del hombre y a causa de la creación del hombre.
En el juicio hay un Acusador que quiere demostrar algo: que Dios se ha equivocado al crear al hombre, al crearte a ti. Quiere convencerte de que el hombre, de que tú, no llegarás, nunca a ser Imagen de Dios. Y para ello tiene que convencerte de que Dios no es Amor. De que Dios es un ser insensible, orgulloso, egoísta, un monstruo y, de que tú, siendo su imagen, eres también un monstruo indigno de existir, indigno de vivir.
Jesús viene a destruir la obra del maligno, la obra del diablo, a denunciar sus mentiras, a mostrarte el verdadero rostro del Padre, y te manda un Defensor, que dé testimonio de la Verdad: el Espíritu santo. El combate, el juicio se produce en tu interior. Hay un diálogo, tu espíritu dialoga … ¿pero cómo saber quién te habla? ¿Es obra de Belcebú o es que ha llegado el Reino de Dios? Por eso la voluntad de Dios es acoger la Palabra y el Espíritu de Cristo que nos hace familiares de Cristo, cuerpo de su cuerpo, y nos da su capacidad de discernimiento. Si rechazamos el Espíritu, no hay discernimiento en nosotros, no hay salvación.
Jesucristo nos dice, respecto al discernimiento, “por sus frutos” lo conoceréis. ¿Cuáles son los frutos de hacer caso al Acusador? ¿Cuáles son los frutos del Espíritu? La segunda lectura nos recordaba uno de los frutos fundamentales, especialmente para las comunidades de más edad: la manera de afrontar la vejez, la enfermedad y la muerte. Que gran don poderlo vivir desde la Esperanza.
Demos gracias al Señor por el don inmenso de la Fe que ahora vamos a proclamar
Comentarios
Publicar un comentario