Domingo 23 "B"

 


Is 35, 4-7.

Sal 145

St 2, 1-5


Mc 7, 31-37

 

 

            La palabra de hoy nos invita a dar gracias a Dios por el Don de haber curado nuestras sorderas y haber expulsados de nosotros tantos demonios mudos. El Señor ha realizado este Éfeta en nosotros y nos ha abierto el oído para que podamos escuchar como discípulos y podamos confesar nuestra fe. 

 

El Señor ha tenido misericordia de nuestra incapacidad para comunicarnos de verdad. Todos, porque somos hijos de Adán. Todos hemos experimentado la inquietud, el sufrimiento, la desorientación, la desconfianza, la soledad, del que no puede comunicarse, del que no puede oír ni hablar en la verdad. 

 

            En la catequesis sobre la Palabra de Dios en las catequesis iniciales ya se nos mostraba la relación profunda entre Palabra y Vida, Palabra y Amor, Palabra y Espíritu. ¡Qué vacío de Vida, de Amor, de Espíritu en quien no puede escuchar! Buscando llenar ese vacío, vamos en busca de quien pueda llenarlo y así caemos en lo que denunciaba el apóstol Santiago en la 2ª lectura: hacemos acepción de personas.

 

Pero el Señor ha realizado en nosotros lo que el profeta Isaías anuncia en la primera lectura: “Animo… no temáis, que el Señor viene a salvarnos”. Y el Señor ha abierto nuestros oídos, ha soltado nuestra lengua y ha curado nuestras parálisis y ha colocado nuestros pasos en un camino de Salvación.

 

            El Salmo que hemos proclamado es nuestra Confesión de Fe, es nuestra Reditio. El Señor nos ha liberado, nos alimenta, nos guarda a nosotros Peregrinos, como el Buen Pastor guarda a sus ovejas.

 

Pero, estamos de camino, estamos en la Iglesia militante. Por eso el Señor nos recuerda cada día: Si hoy escucháis mi voz, no endurezcáis vuestro corazón. “Mañana tras mañana despiertas tú mi oído”. Necesitamos que el Señor nos abra cada día el oído para no resistirnos, para entrar en la voluntad de Dios en nuestra historia.

 

            Jesús había hablado largo y tendido con los discípulos de Emaús durante el Camino, su corazón ardía, pero no entendían. Es en la Eucaristía, en la fracción del Pan cuando no sólo les abre los ojos para que puedan reconocerle, sino que les abre los oídos del corazón para escuchar, entender, la buena noticia de la victoria de Cristo sobre el mal y la muerte, noticia que ilumina todo su camino, toda su historia.

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