Domingo 30 "B"
Jr 31, 7-9
Sal 125
Hb 5, 1-6
Mc 12, 46-52
El Evangelio que acabamos de hoy es para muchos de nosotros la primera Palabra que escuchamos en el Camino: la del Ciego Bartimeo. Éramos ciegos porque no veíamos el sentido de nuestra Vida, no veíamos ni vivíamos el amor gratuito que Dios nos tiene ni sabíamos del amor de los hermanos. Pero en aquel momento nuestra ceguera era más parecida a la del Ciego de nacimiento, el cielo de la Piscina de Siloé, el ciego que nunca ha visto.
El Señor, en el Camino, como a los discípulos de Emaús, nos ha abierto el oído y nos ha abierto los ojos para que le escuchemos y le veamos. Ahora sabemos la diferencia entre no ver y ver, entre vernos a nosotros mismos y a nuestra historia, a los demás y al mundo con ojos humanos o verlo todo con los ojos de Dios. Si hoy podemos ver, demos gracias a Dios.
El Señor nos ha abierto los ojos, pero seguimos en la Iglesia Militante, en el combate contra los enemigos que no son de carne y sangre. Y el enemigo está empeñado en cerrar nuestros ojos, en llevarnos de nuevo a la oscuridad, a la ceguera, quiere hacer que dejemos de caminar y nos sentemos al borde del Camino. Y lo hace como siempre presentándonos la Cruz o presentando nuestras debilidades. A veces no son nuestros enemigos, sino que es el mismo Señor quien, para nuestro crecimiento y madurez, permite que pasemos por “noches oscuras”.
Ahora somos más Bartimeo que el Ciego de nacimiento y la Palabra nos recuerda que Jesús está pasando, está cerca y nos invita a gritarle y a acercarnos a Él. A creer de nuevo en el Evangelio, a dejar nuestros mantos, nuestras seguridades, nuestros ídolos y a saltar hacia él, a hacer Pascua con él, entrando en nuestras oscuridades hacia la luz.
Y si hoy vemos el Salmo nos invita a recordar la obra del Señor y a proclamarla. Hay tantos que viven en las sombras, en la oscuridad de la muerte, tantos que viven exiliados, tantos siembran con lágrimas en los ojos, sin esperar ninguna cosecha. Si “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”, también puede hacerlo con ellos.
Con la primera lectura damos testimonio de que el Señor ha abierto un Camino y este Camino permanece abierto. Un camino de curación, de consuelo, de retorno a la casa del Padre, pues el Señor es un “Padre para Israel y Efraím es su primogénito.”
La Epístola a los Hebreos nos recuerda el fundamento de nuestra esperanza y de la esperanza de esta generación. Jesucristo que nos ha amado hasta derramar su sangre por nosotros y por muchos, como recordaremos en la Consagración, es nuestro sumo sacerdote que ha sido probado en todo e intercede permanentemente por nosotros y por todos ante el Padre.
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