Domingo 33 "B"

 Dan 12, 1-3

Sal 15

Hb 10, 11-14.18

Mc 13, 24-32

 

 

            Nos acercamos al final del año litúrgico y la Iglesia nos invita a pararnos un momento a reflexionar sobre el final de nuestra vida y el final de la Historia. La palabra “final” tiene varios sentidos. El primero es la “conclusión”de algo que se acaba, que termina. Pero significa también la “meta”, la consecución de algo. Y el final nos indica asimismo la finalidad, el “sentido” de una realidad.

 

Para el hombre sin fe, pensar en “el final” es un sufrimiento grande, pues, aunque intente vivir alienado, sabe que lo que le espera es la enfermedad, la vejez y la muerte. Pero al creyente, la Palabra de Dios, que nunca le engaña, que nunca le adormece con falsas promesas, que nunca le invitará a poner su confianza en el hombre, esa misma Palabra es Cristo Resucitado que nos dice: “No temáis”, o dicho en palabras de Santa Teresa: “Nada te turbe. Nada te espante”.

 

Ciertamente, la Palabra nos invita a mantenernos alerta y a percibir los signos de los tiempos, pero no lo hace para llevarnos al miedo, a la angustia. La Palabra de Dios viene a regalarnos la virtud de la Esperanza, una Esperanza basada en la experiencia que ya tenemos del amor gratuito de Dios, de la fidelidad a su elección y a sus promesas, de su ayuda providente. 

 

El Salmo nos recordaba tantos motivos que tenemos para la Esperanza: El Señor nos enseña el Camino que lleva a la Vida, a saber que la muerte no es la última palabra, que al despertar nos saciaremos del semblante del Señor, de lo afortunados que somos de que nos haya tocado un lote tan hermoso, de que nuestra suerte esté en las manos del Señor.

 

También el libro de Daniel proclama otros motivos para la Esperanza. Dios viene a juzgar, a hacer justicia, pero tenemos un defensor frente a nuestros enemigos: Miguel, “Quien como Dios”. Y que nuestros nombres están escritos en el libro de la Vida y que no nos cansemos de enseñar al mundo la justicia del Evangelio, la justicia de la Cruz, pues el Señor ha querido que seamos en Él luz del mundo,

 

La carta a los Hebreos nos recordaba que la esperanza va siempre unida a la Paciencia. La fe nos lleva esperar con paciencia a que Cristo venga a poner a todos sus enemigos bajo sus pies y a que acabe en nosotros la obra de Santificación que está llevando a término. Nos invita a esperar y desear la venida definitiva de Cristo.

 

En la Eucaristía hallamos la fuente de nuestra Esperanza, esa esperanza que estamos llamados a vivir y a anunciar, pues lo que más necesitan nuestros hermanos, los hombres es que alguien les dé testimonio de que hay motivos para la Esperanza.

 

Comentarios

Entradas populares