San Pedro y San Pablo 2025
Act 12, 1-11
Sal 33
2 Tm 4, 6-8.17-18
Mt 16, 13-39
Celebramos hoy la Solemnidad de San Pedro y San Pablo. La Iglesia nos invita a celebrar Eucaristía, acción de Gracias por el regalo de estos santos. Como siempre es el prefacio el que proclama el porqué de esta acción de Gracias: “Pedro fue el primero en confesar la fe y fundó la primitiva Iglesia con el resto de Israel. Pablo es quien la interpretó y la extendió a todas las gentes”. Los dos juntos muestran el ser de la Iglesia, el misterio de la Iglesia, un misterio (es decir: un sacramento) de Comunión y Misión, de Carisma e Institución, de Tradición y Renovación.
En las oraciones de la liturgia pedimos a Dios que este Misterio se actualice en nosotros. En la Oración Colecta hemos pedido “permanecer fieles a las enseñanzas de aquellos que fueron fundamento de nuestra fe” y en la oración final de la eucaristía pediremos que “perseverando en la fracción del pan y en la enseñanza de los apóstoles tengamos un solo corazón y una solo alma arraigados en el amor” .
El Evangelio nos recuerda que el fundamento de la Iglesia es la confesión de fe de Pedro: Esa confesión de fe que no es fruto de la carne y de la sangre, sino de una revelación del Padre, por medio del Espíritu. Nada puede confesar que ese Jesús “que no retuvo ávidamente su divinidad sino que se hizo hombre, y hecho hombre se humilló a sí mismo tomando la condición de esclavo y asumió una muerte y una muerte de Cruz”… nadie puede confesar que ese Jesús es el Señor, sin el Espíritu Santo.
La primera lectura nos recuerda los trabajos de Pedro por mantener esa confesión de Fe. Y nos recuerda la importancia de la oración de la comunidad cristiana para que Pedro pueda volver en sí y confirmarnos en esa fe.
La segunda lectura viene a hacer resonar el espíritu de Pablo dentro de nosotros. A dejar que la Caridad de Cristo nos apremie, nos mueva a desear y trabajar sin desfallecer para que la buena noticia del amor gratuito de Dios revelado en Cristo, la reconciliación que Él trae, llegue a todos
Pedro y Pablo, Comunión y Misión, el pálpito del corazón de la Iglesia. Los dos fundamentos profundamente unidos; porque la Misión nace de la Comunión (de la Eucaristía que nos envía) y la Comunión crece y se sostiene en la Misión, la Comunión sólo está viva cuando se abre a dar la vida.
El relato de Pentecostés nos habla del asombro de los oyentes que oían hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua. La Comunión y la Misión nacen de la Eucaristía, de la acción de gracias por todos los dones del amor de Dios. No hay comunión ni misión en la murmuración, en el juicio y en la exigencia. Vivamos esta eucaristía desde un sincero Dayenú.
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