Domingo 29 T. Ordinario "C"
Ex 17, 8-13
Sal 120
2 Tm 3, 18 – 4,2
Lc 18, 1-8
La liturgia de hoy viene a recordamos que somos parte de la Iglesia Militante y, por ello, mantenemos un combate. Combate para mantenernos en la gratuidad, en la Gracia de Dios, en la unión con Cristo y con el Espíritu que es el que alimenta nuestra fe, nuestra esperanza y el amor que recibimos de Dios para comunicarlo, para seguir la misión que Dios nos ha encomendado.
Ese combate no es contra los enemigos de carne y sangre, sino contra los que quieren apartarnos de la Salvación. Los que no quieren que caminemos, los que no quieren que entremos en la tierra prometida, los que nos no quieren que empuñemos las armas de la luz, los que siembran en nuestra corazón la duda y la murmuración, los que, como el Juez inicuo, quiere que no accedamos a lo que nos pertenece porque Cristo lo ha ganado para nosotros.
Ese combate de vida va unido inseparablemente a otro combate, el combate de la oración. “Bendito sea Dios que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la pelea” (Sal 144, 1). A lo largo del Camino el Señor, por medio de la Iglesia, nos ha enseñado a rezar, de forma habitual y también, especialmente, con la Primera Iniciación a la Oración y con el Padre Nuestro.
La Palabra de hoy es un memorial que viene a actualizar lo esencial del Combate de la Oración:
El libro del Éxodo nos recordaba:
.- La necesidad de rezar apoyándonos en la Roca que es Cristo.
.- La importancia de rezar desde la Cruz: “Porque el extender los brazos es el signo de su Cruz y el estar derechos es el leño alzado”.
.- La imprescindible ayuda de la comunidad para ayudarnos a mantener los brazos extendidos.
El salmo nos recordaba el consuelo de levantar los ojos a los montes. De alimentarnos de las escrituras, de la Palabra que es Cristo. Acordarnos de que en un monte Dios provee; en el Monte Sinaí Dios nos da la Torá, el camino de la Vida; desde otro monte, el Nebo, podemos contemplar la tierra prometida; en otro monte, el Tabor Dios anuncia nuestra transfiguración; en el monte de los Olivos combate por nosotros y en el monte Calvario nos ama hasta su total donación a nosotros.
La epístola nos invitaba a tomar la Espada del Espíritu. A rezar la Palabra de Dios, con la Palabra de Dios y desde la Palabra de Dios para ser fieles servidores de la Palabra.
Y el evangelio nos exhortaba a considerar:
.- Que la oración es cuestión de Vida o Muerte. Nos va la vida en ello.
.- Para poder pedir , pedir ante todo el don de la paciencia para entrar en los tiempos de Dios que no son los nuestros
.- A no cansarnos de pedir oportuna o importunamente.
.- Sabiendo que Dios no es ese juez inicio, sino un Padre amoroso.
Y, en comunión con Pablo, unimos nuestra oración a la Acción de Gracias, sabiendo que, para nuestro camino, para nuestro combate, el Señor nos unge y prepara una mesa frente a nuestros enemigos.
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