13 domingo T. Ordinario Ciclo A
2 R 4, 8-11.14-16a
Sal 88
Rm 6, 3-4.8-11
Mt 10, 37-42
Durante tres domingos seguidos nos ha acompañado una palabra estupenda, pero que, por desgracia, pocos de los cristianos que asisten a la misa dominical la entenderán. Porque para poder acogerla, entenderla, vivirla es necesario tener iluminado que uno no es cristiano por costumbre o por tradición familiar o social, sino por una vocación, una llamada, una elección personal.
Una llamada para unirse a Cristo y participar en su misma misión. La misión de anunciar el Evangelio, de dar la vida para llevar la salvación, para llevar la reconciliación y el perdón a una humanidad extenuada, perdida, desorientada.
La Epístola a los Romanos, nos recordaba como todo esto, parte de nuestro bautismo. En el bautismo, libres de la esclavitud al pecado por el miedo a la muerte y libres de la esclavitud a la Ley, hemos muerto con Cristo a nuestra vida carnal (al mundo, al demonio, y a las afectividades enfermizas) para resucitar con Cristo a una vida dedicada a Dios, al servicio de Dios y de su voluntad. El bautismo ha hecho de nosotros Cuerpo de Cristo, pueblo de reyes, sacerdotes y profetas.
En el bautismo, Dios nos ha llamado por nuestro nombre, nos ha educado y nos ha preparado para la misión. El bautismo ha hecho de nosotros “apóstoles”, es decir: enviados, y “mártires”, es decir: testigos, como Pedro y Pablo cuya fiesta acabamos de celebrar. Cristo nos ha enviado con su poder, ha compartido con nosotros el poder dar la vida, para anunciar y comunicar la Vida.
Quién acoge al apóstol, al mártir, al profeta, acoge a Cristo mismo. Y acogiendo a Cristo, acoge al autor de la Vida y recibe el poder dar la Vida, como la mujer sunamita cuando, acogiendo a Eliseo, recibe la Vida y el poder comunicarla: tendrás un hijo; lo mismo que ocurrió a Abraham, lo mismo que ocurrió a los padres de Sansón.
El Evangelio que hemos proclamado se ha hecho carne en Cristo (él renunció a los suyos y tomó su cruz) y por el Espíritu se hace carne en nosotros. Damos testimonio de que mientras nosotros morimos, abrazando nuestra cruz, aceptando nuestra soledad (solo a sola), el mundo recibe la Vida.
Qué gran regalo: poder dar la Vida. ¿Quiénes somos nosotros para que el Señor nos conceda este poder, este don? Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Con el salmo proclamamos: Cantaré eternamente las misericordias del Señor.
Salir de mi para ir a El y esperar en El para no esperar en mi. Poder ver a Cristo como a un hermano que te acompaña y te consuela y te sumerge en su gratuidad para poder dar gratis lo que has recibido gratis. Sólo entonces puedo abrazar la misión de dar la vida, de perder la vida como un regalo.
ResponderEliminar