Domingo 27 T.Ordinario "C"


Hab 1, 2-3; 2, 2-4

Sal 94

2 Tm 1, 6-8.13-14

Lc 17, 5-10

 

El domingo pasado la Palabra hablaba al fariseo que hay en nosotros, hoy habla al apóstol que hay en nosotros.  El Señor nos ha llamado, nos ha elegido, nos ha encomendado un servicio, pero llevamos este encargo, este servicio en vasos de barro, y muchas veces podemos sentirnos cansados, desanimados, faltos de fe, con la necesidad de gritar al Señor, como el profeta Habacuc, o de pedir al Señor, como los apóstoles: “Auméntanos la fe”.

 

¿Por qué piden los apóstoles que el Señor les aumente la fe? ¿en qué contexto?. Hay muchas situaciones que pueden llevarnos al cansancio y al desánimo. Pero hay sobre todo dos que son las que aparecen en los versículos anteriores al Evangelio que hemos proclamado. Os invito a leerlos en casa: Lc 17,1-4. De cara afuera, en la misión, el peligro de escandalizar y, de cara adentro, las tensiones con los hermanos de comunidad.

 

Si no somos inconscientes, si no vivimos alienados, si conocemos nuestra pequeñez, nuestro pecado, nos da miedo escandalizar. Apartar a los que han comenzado a creer del camino que lleva a Cristo, obstaculizando su acceso a la Salvación, a la felicidad, a la Vida Eterna, es tan tremendo como refleja lo de la rueda del molino atada al cuello: te sumerge en la muerte. Pero, es importante conocer lo que en nuestra actuación puede apartar a los pequeños de acercarse a Cristo. ¿Es el que vean que somos barro, el que vean nuestra pobreza, y la paciencia que el Señor tiene con nosotros? ¿O es nuestro orgullo, nuestro perfeccionismo, nuestro fariseísmo? 

 

Pero, tal vez, lo que nos cansa y desanima más son los problemas con los propios hermanos de comunidad. Los pecados nuestros y de nuestros hermanos, las faltas de fe, de esperanza y de amor que se dan comunidad, unidos a la falta de libertad y de amor para poder vivir la corrección fraterna y el perdón, pueden hacer que en vez de encontrar en la comunidad descanso y consuelo,  vivamos el desasosiego y el ausentismo (no sólo el “no-venir”, sino el “estar-sin-estar”)

 

Todo es un problema de falta de humildad: no aceptamos nuestra inutilidad, nuestra pobreza de fe. Tampoco lo hacia el pueblo de Israel en el desierto, como nos recordaba el salmo, y por eso la tendencia a tentar a Dios, a exigirle que cambie nuestra historia, que nos cambie, que nos haga fuertes. Y Jesús nos dice hoy como le dijo a Pablo: “Mi Gracia te basta pues mi fuerza se muestra en tu debilidad” Y nos invita: … “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y…Tomad el yugo de la fe”… porque el justo vivirá por la fe.”

 

En la epístola el Señor nos invitaba a no avergonzarnos de testimoniarlo. Testimoniar a Cristo es testimoniarlo en la carne, en nuestra carne, en nuestra inutilidad. En nuestra debilidad. Para ello necesitamos reavivar, alimentar el Espíritu que se nos ha dado y es lo que hacemos en esta eucaristía. La eucaristía es un banquete para los pobres, así lo vivimos y así lo proclamamos: “Los hambrientos vengan a hacer Pascua con nosotros. Los necesitados vengan a hacer Pascua con nosotros”

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