15/09/22 Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores
Hb 5, 7-9
Sal 30
Jn 19, 25-29
La realidad del sufrimiento no sólo afecta a quien lo padece, sino también a su “prójimo”, a aquel que, por cercanía afectiva o física, está cerca del que sufre.
Estar al lado de quién está agonizando, de quien padece una enfermedad grave, de quien a causa del deterioro físico ha perdido la autonomía física o mental (parálisis, Alzheimer, demencia senil,…) , de quien está pasando por graves problemas personales o económicos, de quien se ve acusado por la justicia o por la opinión pública, en síntesis: estar al lado del que sufre es fuente de sufrimientos tan grandes que no es de extrañar que muchos ante la imagen del Siervo (Is 53) vuelvan el rostro, escapen del sufrimiento.
En cambio, a María (y al discípulo amado), por tanto, a la Iglesia, la hallamos siempre al pie de la Cruz, como proclama el Evangelio, compartiendo los sufrimientos de su Hijo, los sufrimientos del Cuerpo de su Hijo; compartiendo la obediencia de su Hijo, compartiendo la obra de salvación de su Hijo. María no se escandaliza de la Cruz; sabe que ha llegado la Hora de su Hijo y sostiene a su Hijo en este combate por hacer la voluntad del Padre.
La obediencia de María, como la de Cristo, se entiende desde la confianza en el amor del Padre, desde la fe en la Resurrección. La primera lectura nos lo recuerda. El Hijo pide escapar de la muerte y el Padre lo escucha, pero no apartándolo de la Cruz, sino llevándolo por la Cruz a la resurrección.
La maternidad de María, al pie de la cruz, nos muestra la fecundidad del sufrimiento cuando éste está unido al amor de Dios, al amor gratuito; también en María se cumple la palabra de su Hijo: “Si el grano de trigo no muere, queda solo; pero si muere da mucho fruto”. Aceptando la muerte de su Hijo, María recibe una multitud de Hijos.
“Madre de todos los hombres, enséñanos a decir: Amén”
Comentarios
Publicar un comentario