24 domingo Tiempo Ordinario Ciclo C


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Apenas el cristiano se despierta, el Espíritu Santo, le va susurrando: “Conviértete Hoy” y el primer salmo que recita por la mañana se lo recuerda: “Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis el corazón”. Aunque no lo hacemos, porque nuestra fe es muy pequeña, cuando alguien le pregunta a un cristiano: “¿Cómo te encuentras?”, él no duda en responder: “en conversión”.


· ¿Por qué es tan importante convertirse? El salmo 50 nos recuerda los frutos de la conversión: un corazón puro, un espíritu firme, la alegría de la salvación, contemplar el rostro de Dios, que el Espíritu no se aparte de ti, pasar de vivir en los sacrificios (esfuerzo, cumplimiento...) a vivir en el descanso de la humildad que te abre a la gratuidad.

· La primera lectura nos da una pista sobre la conversión. Como hace Moisés, convertirse es volverse a Dios para recordarle a Dios cómo somos (una banda de idólatras, pecadores desde nuestro nacimiento) y cómo es Él (amor sin sombras, bondad infinita), para recordarle sus promesas (promesas basadas en su fidelidad, no en la nuestra), porque recordándoselo a Dios, nos lo recordamos a nosotros mismos.

· La segunda lectura nos recuerda el ejemplo de Conversión de Pablo. El encuentra con Cristo, con la luz potentísima del amor de Dios, le lleva a renunciar a la justicia de la Ley (a dejar de juzgar, condenar y perseguir) para acoger la justicia de la Cruz, de la Gracia, del perdón. Y esa conversión llevará a convertir su vida en una carrera para alcanzar a Cristo, para ser uno con él, para poder decir: “No soy yo, es Cristo que vive en mí”.

· Y el Evangelio nos recuerda que para el hijo pródigo la fuerza de la Conversión está en recordar cómo es el Padre, cómo es vivir en su casa, gozar de su dulzura, de su intimidad. Y para el hermano mayor dejar de intentar ganarse el amor del Padre con el cumplimiento y querer parecerse al Padre.

· Toda la Palabra hoy, nos recuerda que la conversión surge del amor gratuito del Padre hacia todos, pero especialmente hacia los pecadores. Como el agua que busca llenar los espacios vacíos, el amor de Dios busca especialmente al hombre que tiene vacíos inmensos de amor. Y nos invita a desear ser verdaderos hijos de este Padre, a parecernos a nuestro hermano Jesucristo que encarnó este amor grande y gratuito de Dios que da la vida por los que no se lo merecen, por los pecadores: “Sea mi muerte como la muerte de tu Justo, vaya mi vida donde Él”.



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