25 domingo Tiempo Ordinario Ciclo C
Am 8, 4-7
Sal 112
2 Tm 2, 1-8
Lc 16, 1-13
Las lecturas de hoy tienen un peligro, una tentación. Podemos pensar: “Como yo no tengo negocios, ni trabajadores a mi cargo, ni administro nada… esta Palabra no va para mí”. La monición a las lecturas tendría que haber dicho: hoy que escuchen sólo los ricos. Y sería una pena porque la Palabra es amor personal de Dios para ti.
En otro lugar de la carta a Timoteo dirá San Pablo: “la raíz de todos los males es el afán de dinero” (1 Tm 6, 10). Por dinero se roba, se engaña, se mata, se hacen guerras… Pero el afán de dinero es también una esclavitud y no sólo para el que lo tiene, sino también para el que lo envidia y lo desea y lo busca.
Como dice una famosa canción, quien no ha pensado “si yo fuera rico dubidubidubidu”cuantas cosas arreglaría, cuantas cosas haría, a cuantos ayudaría, …
Creemos firmemente que con dinero se nos consideraría más, se nos tendría más en cuenta, se nos querría más. El afán de dinero es una idolatría y, como tal, un engaño, una ceguera.
La Palabra viene a abrirnos los ojos. El evangelio nos dice claramente que toda riqueza es injusta. La avaricia, la tacañería, la mezquindad, la falta de generosidad, no es un defecto, (“el pobre rico es un devoto de la Virgen del puño”), es una injusticia, es un pecado, es una esclavitud.
En la primera lectura, el profeta Amos ilumina esta esclavitud: la preocupación por el dinero te impide descansar, te estresa a tope, te vuelve un ser amargo y oscuro, te endurece el corazón.
El Evangelio nos da la clave de una vida santa, y por lo tanto de una vida feliz: tener siempre presente que, con nada, desnudos, llegamos a este mundo y desnudos nos iremos; no nos llevaremos nada. En otro pasaje nos recordará Pablo que la figura de este mundo pasa y por eso es de gran sabiduría que el “que posee viva como si no poseyera” (1 C 7, 30). Nada tenemos en propiedad. Somos simples administradores y es de sabios usar los bienes para el disfrute y, sobre todo, para el amor.
Para ello, es importante acoger la invitación que nos hace la Epístola: rezar. Rezar en primer lugar dando gracias a Dios por todos los dones, las gracias, las bendiciones que recibimos de Él. Celebrar la Eucaristía. Y en segundo lugar para que el Señor nos dé el don se la sabiduría, el discernimiento, a nosotros y todos, especialmente a los que tienen poder en este mundo para que lo pongan al servicio de la justicia y de la paz.
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