Tiempo Ordinario – Año Par - Martes 26ª semana


Jb 3, 1-3.11-17.20-23
Sal 87
Lc 9, 51-56.
 
            El libro de Job es otro de los grandes tesoros que nos regala la Palabra de Dios. Tras la aparente interminable queja, si el Señor abre el oído, Job ayuda, especialmente a quienes se hallan en tribulación, en muchos aspectos.
 
            En primer lugar, a superar vivir la fe como una resignación (la mal llamada “resignación cristiana”). La fe cristiana no es un estoicismo (“ajo y agua”) ni una ataraxia (muerte a todo deseo, a toda ilusión).
 
            Nos invita a pasar de un falso respeto, por miedo, a un Dios extraño y castigador (no nos podemos quejar… porque si no…) a una confianza en un Padre a quien puedes abrir sin miedo tu corazón. Muchos Salmos, como el salmo de hoy, están llenos de estos gritos a Dios, gritos que no tendrían sentido no se creyera que Dios existe y escucha.
            
            El libro de Job expresa un deseo grande de poder entender cómo conjugar el gran amor que Dios nos tiene, amor del que no se duda, pese a la tentación, con la realidad evidente del sufrimiento del inocente. Y Dios responde en Jesucristo.
 
            Y, como nos mostrará el Evangelio de hoy, el sufrimiento no es un castigo por los pecados. Esa aldea de Samaria comete un doble pecado: el no ser hospitalarios (como Sodoma y Gomorra, sobre las que llovió fuego) y hacerlo por discriminación (porque iban a Jerusalén). 

            Jesús ha aprendido del Padre a respetar tremendamente la libertad del hombre. Si el pecado recibiera inmediatamente un castigo (cayera un rayo del cielo sobre el que ha pecado), no seríamos libres. Actuaríamos sólo por miedo y viviríamos en una gran angustia y tristeza.

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