Tiempo Ordinario – Año Par - Miércoles 29ª semana


Ef 3, 2-12
Sal 12
Lc 12, 39-48
 
            En la 1ª Lectura San Pablo nos recordaba lo afortunados que somos de que Dios haya querido revelarnos el misterio de la Salvación, ese misterio que había estado escondido, pero que fue revelado en Cristo y comunicado en el anuncio del Evangelio, nos abre el libre acceso a Dios por medio de la fe.
 
Cuando en la eucaristía, tras la consagración, el presidente invita a la asamblea a proclamar el misterio de nuestra fe, respondemos: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús”. La vida vivida desde la fe es un ir muriendo con Cristo, para ir resucitando con Cristo mientras deseamos vivamente que él venga.
 
            La Palabra de Dios siempre viene a alimentar esta vida de la fe, llevándonos a comprender la sabiduría de la Cruz, llevándonos a participar de la victoria de Cristo, y despertando en nosotros el deseo de que venga Cristo, el que nos ha amado hasta entregar su vida por nosotros.  
 
El Evangelio de hoy nos recuerda que esta espera de Cristo no es pasiva: no tenemos miedo de que Cristo venga, lo deseamos. ¿Cómo temer al que ha dado su vida por nosotros, al que nada puede separarnos de su amor? 
 
Sabemos que somos administradores de este Misterio de la Salvación y que la forma de trabajar porque el Señor venga, es comunicando, repartiendo el alimento que da la vida eterna: el Evangelio. 
 
            Podemos hacerlo porque, como nos recuerda el Salmo“podemos sacar aguas con gozo de las fuentes de la salvación” … porque sentimos cercana la presencia del Señor: “Que grande es en medio de ti, el Santo de Israel”.

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