Tiempo Ordinario – Año Par – Miércoles 30ª semana


Ef 6, 1-9
Sal 144
Lc 13, 22-30
 
            Para poder acoger la 1ª Lectura y no escandalizarnos del hecho que hable de esclavos y amos, como si el apóstol aceptará las diferencias sociales, y de que estas palabras vayan unidas a las palabras sobre la relación entre hijos y padres, conviene recordar que la epístola a los Efesios estaba escrita en griego, y que, en esta lengua, una misma palabra “uios” significaba “hijo” “siervo”.
 
En el Bautismo de Jesús, la voz del Padre dice “Este es mi Hijo”, también podría traducirse: “Este es mi Siervo”. Cristo es Hijo de Dios y Siervo de Dios. El mismo San Pablo en la Carta a los Gálatas nos dice que cuando el hijo, “el heredero es pequeño, en nada se diferencia de un esclavo”(Gal 4, 1), pero cuando llega a la madurez es dueño de todo. A continuación, invita a todos a ser libres, haciéndonos siervos los unos de los otros (Gal 5, 13).
 
            Todos somos en cierto modo, hijos y padres. En cuanto hijos y siervos, la Palabra de Dios nos invita a valorar y agradecer la vida y los cuidados recibidos, así como a la obediencia. En cuanto padres y gente con autoridad, a tratar con amor, misericordia, ternura y paciencia a los que dependen de nosotros.
 
El Evangelio, nos recuerda que, para entrar en el Reino de Dios, no hay privilegios. Es necesario hacernos pequeños, como niños, a adelgazar nuestro “Yo”. Sólo a través de la puerta estrecha de la Cruz se puede llegar a la Resurrección, a la Vida Verdadera. 
 
            Pidamos con el Salmo que el Señor, que “es fiel a sus palabras y bondadoso en todas sus acciones”, nos ayude a no rechazar la Cruz, a no rechazar todo aquello que nos lleva a ser pequeños y humildes.

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