02/11/22 Fieles Difuntos.


1 Tes 4, 13-16
Sal 23
Jn 6, 38-40
 
            Celebramos ayer, día 1, la solemnidad de todos nuestros hermanos que están ya en el cielo, la Iglesia triunfante. Hoy se nos invita a acordarnos de la comunión que tenemos con nuestros hermanos que han muerto y que están siendo purificados y transformados para entrar en la plenitud de Dios, los fieles difuntos, las almas del Purgatorio, la Iglesia Purgante.
 
            ¿Cómo? ¿Eso del Purgatorio no está, acaso, pasado de moda? ¿No es algo de tiempos pasados? Pues no, hermanos, nunca pasará de moda porque es parte del Evangelio, es parte de nuestra fe. 
 
El núcleo de nuestra fe es que hay un Dios que es Amor y que nos ama con un amor gratuito, eterno e infinito. Y, porqué nos ama y porque no nos ha creado para la muerte y la condenación, su voluntad, lo hemos escuchado en el Evangelio, es que resucitemos, que tengamos Vida Eterna, que vayamos al cielo.
 
Pero en el cielo no puede entrar nada que no sea bueno, santo. En el cielo no puede entrar el orgullo, la envidia, la violencia, las pasiones… porque el cielo dejaría de ser el cielo. Para entrar en el cielo es necesaria una transformación, una transfiguración, una iluminación de toda nuestra historia y de todo nuestro ser. 
 
¿Y si nuestros seres queridos han muerto sin haber logrado esta transformación total? Queremos mucho a nuestros familiares, pero conocemos también sus defectos y sus cosas. ¡Estar con ellos, por supuesto! Pero si los arreglaran un poquito. El Señor tampoco los condena, pero, en su misericordia, por los caminos que Él, como Buen Pastor conoce, acaba en ellos la obra que ha iniciado.
 
            El purgatorio no es un lugar de tormento. Es un lugar de consuelo. Es un maravilloso tratamiento de belleza y rejuvenecimiento. Es un tratamiento a base de Amor: el amor de Dios y el amor de los hermanos a través de las oraciones. El único fuego del purgatorio es el fuego de la Caridad. 
 
Hoy damos gracias a Dios no por la muerte, sino por la vida. La vida de cada uno de los hermanos que recordamos, con su pequeñes y su humanidad, ha sido un regalo. Y no ha sido en vano. Todas esas velas, esas luces nos recuerdan que ellos están vivos en Dios, porque Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. Damos gracias a Dios por el don de la Vida y, sobre todo, de la Vida Eterna.
 
Rezar por los difuntos, por las almas del purgatorio, es una obra de amor, de misericordia y, si ellos, ya están con Dios, los beneficios de la oración, de la Eucaristía recaen sobre nosotros. Con fe, con esperanza y con amor celebramos esta Eucaristía. 

Comentarios

Entradas populares