32 domingo Tiempo Ordinario Ciclo C


1 Ma 7, 1-2.9-14
Sal 16
2 Ts 2, 16 – 3, 5
Lc 20, 27-38
 
            Mes de Noviembre. Estamos llegando al final del año litúrgico y la Iglesia nos invita a contemplar el final y el sentido de nuestra vida a la luz de la Palabra de Dios que es Amor de Dios, que es Evangelio, Buena Noticia de la victoria de Cristo sobre el mal y sobre la muerte.
 
            Hoy se nos invita a confesar, a proclamar que creemos en la Resurrección y en la Vida Eterna. Es verdad que como nosotros vivimos en esta carne y en esta historia que nos limita en el tiempo y en el espacio, no podemos comprender, ni siquiera imaginar cómo será vivir en una carne espiritual o vivir en la eternidad sin espacio ni tiempo.
 
            Es verdad que si intentamos entender cómo será la resurrección nos surgen muchas preguntas y podemos hacernos un lío, como vemos en el Evangelio de hoy. ¿Cabremos todos en el cielo? ¿Cómo seremos? ¿Como éramos de niños, de jóvenes, de viejitos? ¿Nos reconoceremos en el cielo? ¿Podré seguir con mi mujer, con mi marido? Eso sí: que me lo arreglen un poquito. 
 
Al no entenderlo, corremos el peligro de negarlo, de pasar del tema como los saduceos. Pero la fe en la Resurrección no es un aspecto marginal de nuestra fe. Forma parte del corazón del Kerigma. No se puede creer que Dios es Padre, que es puro Amor Gratuito, que es un Dios que ama la Vida, y pensar que en el fondo nos tiene como juguetitos para después deshacerse de nosotros cuando se cansa. 
 
Como ha proclamado la 1ª lectura, la fe en la Resurrección, la fe en el Amor de Dios que no falla, es la que nos libra de nuestros miedos, especialmente del miedo a la muerte y nos da una libertad impresionante para dar un testimonio de Verdad y de Sentido.
 
Esa fe es la que nos capacita para vivir el consuelo, la fortaleza, la paz, la paciencia de que nos hablaba San Pablo en la 2ª lectura, en la carta a los Tesalonicenses.
 
Somos testigos de cómo esta fe en la Resurrección y en la Vida Eterna ha sostenido a nuestros hermanos en la hora del combate definitivo. En ellos se ha cumplido lo que proclamaba el Salmo: “se han dormido en el Señor, sabiendo que al despertar se saciarán del rostro infinitamente bello de Dios”.  

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