3 domingo T. Ordinario Ciclo A
Is 8, 23 – 9, 3
Sal 26
1 C 1, 10-13.17
Mt 4, 12-23
El Evangelio de hoy proclama como Jesús, tras recibir el Bautismo, tras recibir el testimonio del Padre (Este es mi Hijo-mi Siervo) y el testimonio de Juan (Este es el codero de Dios que quita en pecado del mundo) inicia su misión de anunciar el Evangelio, empezando por las ovejas perdidas de la casa de Israel, empezando por nosotros, por ti y por mí.
Tanto el Evangelio como la 1ª lectura nos recuerdan que esta misión la realiza Jesús en la Galilea de los gentiles. Jesús viene a nuestra Galilea. ¿Cuál es tu Galilea hoy? Todos tenemos en nuestro interior, en nuestra vida, zonas de oscuridad, zonas esclavas del Señor de la oscuridad, zonas que necesitan iluminación, curación, liberación.
Jesús viene y nos invita hoy a la conversión (necesitamos cada día que alguien lo haga). Una conversión que está en creer en la Buena Noticia del poder de ese Amor Gratuito de Dios que, en Cristo, nos trae hoy la luz, la liberación. El Salmo nos invitaba a creer en esa fuerza salvadora de la Luz y a desear con todo nuestro ser habitar en la casa del Señor, esperando en él: Animo, sé valiente, no temas.
Y no sólo eso: hoy el Señor, que nos conoce como el Buen Pastor conoce a sus ovejas, se fija en nosotros y nos dice como a aquellos primeros discípulos: sígueme.
El señor quiere asociarnos a su misión de llevar la luz, la salvación, la liberación a todos aquellos hombres que viven en sus galileas la oscuridad, la esclavitud del opresor. Quiere asociarnos a su idea de pecar hombres, de sacarlos de las aguas de la muerte, y llevarlos a la orilla.
Para llevar a cabo esa misión es imprescindible, nos recordaba San Pablo, vivir una profunda unidad con él y entre nosotros. Estamos celebrando la semana de la unidad de los Cristianos. Todos hemos recibido el anuncio y la fe de alguien, de unos catequistas y la comunión y la obediencia son fundamentales. Pero un peligro para vivir esta unidad es absolutizar el mensajero, en enviado por encima del que envía. La misión de todo catequista, de todo presbítero, de todo cristiano, es llevar a los que acogen el Evangelio al amor y a la obediencia a Cristo, no a sí mismos.
Por el misterio de la encarnación, el Evangelio nos llega a través de personas con sus características y su personalidad. Por eso puede haber diversas formas, diversas sensibilidades, diversos acentos. No sólo en tiempos de Pablo, también ahora se producen enfrentamientos cuando se absolutiza una forma recibida de una tradición. La verdadera tradición, lo que se nos da y recibimos, es el Espíritu de Cristo, ese Espíritu que nos ayuda a discernir lo que es fundamental, lo que es Tradición con mayúscula, de lo que son tradiciones, costumbres, modos de hacer.
Pidamos al Señor que el que nos ha elegido, que nos ha llamado a colaborar con él en su obra de Evangelización, nos conceda el don de la unidad y de la comunión
Sal 26
1 C 1, 10-13.17
Mt 4, 12-23
El Evangelio de hoy proclama como Jesús, tras recibir el Bautismo, tras recibir el testimonio del Padre (Este es mi Hijo-mi Siervo) y el testimonio de Juan (Este es el codero de Dios que quita en pecado del mundo) inicia su misión de anunciar el Evangelio, empezando por las ovejas perdidas de la casa de Israel, empezando por nosotros, por ti y por mí.
Tanto el Evangelio como la 1ª lectura nos recuerdan que esta misión la realiza Jesús en la Galilea de los gentiles. Jesús viene a nuestra Galilea. ¿Cuál es tu Galilea hoy? Todos tenemos en nuestro interior, en nuestra vida, zonas de oscuridad, zonas esclavas del Señor de la oscuridad, zonas que necesitan iluminación, curación, liberación.
Jesús viene y nos invita hoy a la conversión (necesitamos cada día que alguien lo haga). Una conversión que está en creer en la Buena Noticia del poder de ese Amor Gratuito de Dios que, en Cristo, nos trae hoy la luz, la liberación. El Salmo nos invitaba a creer en esa fuerza salvadora de la Luz y a desear con todo nuestro ser habitar en la casa del Señor, esperando en él: Animo, sé valiente, no temas.
Y no sólo eso: hoy el Señor, que nos conoce como el Buen Pastor conoce a sus ovejas, se fija en nosotros y nos dice como a aquellos primeros discípulos: sígueme.
El señor quiere asociarnos a su misión de llevar la luz, la salvación, la liberación a todos aquellos hombres que viven en sus galileas la oscuridad, la esclavitud del opresor. Quiere asociarnos a su idea de pecar hombres, de sacarlos de las aguas de la muerte, y llevarlos a la orilla.
Para llevar a cabo esa misión es imprescindible, nos recordaba San Pablo, vivir una profunda unidad con él y entre nosotros. Estamos celebrando la semana de la unidad de los Cristianos. Todos hemos recibido el anuncio y la fe de alguien, de unos catequistas y la comunión y la obediencia son fundamentales. Pero un peligro para vivir esta unidad es absolutizar el mensajero, en enviado por encima del que envía. La misión de todo catequista, de todo presbítero, de todo cristiano, es llevar a los que acogen el Evangelio al amor y a la obediencia a Cristo, no a sí mismos.
Por el misterio de la encarnación, el Evangelio nos llega a través de personas con sus características y su personalidad. Por eso puede haber diversas formas, diversas sensibilidades, diversos acentos. No sólo en tiempos de Pablo, también ahora se producen enfrentamientos cuando se absolutiza una forma recibida de una tradición. La verdadera tradición, lo que se nos da y recibimos, es el Espíritu de Cristo, ese Espíritu que nos ayuda a discernir lo que es fundamental, lo que es Tradición con mayúscula, de lo que son tradiciones, costumbres, modos de hacer.
Pidamos al Señor que el que nos ha elegido, que nos ha llamado a colaborar con él en su obra de Evangelización, nos conceda el don de la unidad y de la comunión
Comentarios
Publicar un comentario