4 domingo T. Ordinario Ciclo A


Sof 2, 3: 3, 12-13
Sal 145
1 C 1, 26-31
Mt 5, 1-12a
 
            Empezamos hoy y durante varias semanas iremos proclamando el Sermón de la Montaña. Conviene recordar que no es una palabra moralista que viene a imponernos cargas pesadas. Estas palabras muestran el plan para el hombre que Dios ha realizado plenamente en Cristo y que va realizando en nosotros para llevarnos a su propia vida, a su propia plenitud, a su santidad, a la felicidad.
 
            Es una Palabra que ilumina nuestra vida y la de la comunidad, como nos recordaba Pablo en la 2ª lectura: “Mirad quienes somos…mirad quienes ha elegido el Seño”. Más allá de las apariencias, a través de la historia, el Señor nos ha abierto los ojos y nos ha permitido conocernos en verdad para que así pudiéramos conocerle a él. Sabemos que somos los últimos, lo mejorcito de cada casa, un desastre total, y por eso podemos considerar a los otros como superiores. Y eso es lo que nos ha llevado a conocer al Dios que llama a ser lo que no es, el Dios de la gratuidad.
 
Sofonías iluminaba el sentido de la historia de su pueblo, de su comunidad. Una historia de infidelidades, de pecados, de desastres y sufrimientos, una historia de humillación como posibilidad de aceptar la humildad como un regalo. Esta historia de kenosis, a quienes acogen la Palabra, rechazando la tentación de la rebeldía, de la murmuración, hace nacer a los “Anawim”, a los pobres de Espíritu, los “Am ha Aretz”, los hombres de la tierra, los hombres llanos, que forman el resto de Israel,un pueblo manso y humilde que llora sus pecados y que busca la justicia que viene del amor gratuito de Dios y que acogerán con gozo y gratitud al Mesías.
 
            El Evangelio nos señala hoy como a esos nuevos “Anawim”, que no buscamos nuestra propia justicia, sino que acogemos a Jesús, el Mesías, el Cristo crucificado. En la aceptación de nuestra radical pobreza y de la necesidad de Cristo brota la comunidad cristiana como ese misterio de comunión que es luz y esperanza de los pueblos. Esa comunión que los hombres buscan tan desesperadamente y tan equivocadamente en las riquezas personales. Cuando Cristo, que nos ha enriquecido con su pobreza, ha puesto en la pobreza el regalo de la comunión.
 
            La pobreza es la que nos abre a la Bienaventuranza de gustar y ver lo bueno que es el Señor, de poder vivirlo todo desde y para la gratuidad y, así entrar en el domingo, en el descanso.

Comentarios

Entradas populares