Tiempo Ordinario (Impar) Martes semana 02
Hb 6, 10-20
Sal 110
Mc 2, 23-28
Sal 110
Mc 2, 23-28
La carta a los Hebreos, en la tradición de San Pablo, llama a los cristianos “santos”. Es importante creerlo y, para ello, es necesario desterrar esa imagen de los “santos” como seres espaciales, como una especie de superhombres. La “santidad” de los cristianos, que es una realidad y una vocación, no es propia. Es un futo de haber aceptado la elección de Dios y haber recibido la santidad de Dios, la gracia de Dios, el amor gratuito de Dios. No mostramos nuestra propia santidad, sino que somos portadores, en nuestros vasos de barro, de la santidad de Dios.
En esta lectura de los Hebreos hay una contradicción: el mismo Dios que nos invita a no jurar bajo ningún motivo, Él mismo jura por sí mismo. El jurar por alguien es querer instrumentalizara alguien o algo y ponerlo al servicio de tu pretendida verdad, de ti mismo. Dios no se instrumentaliza a sí mismo, su juramento no es egoísmo. Él jura por amor, lo hace por ti y por nosotros, para animarnos a la solidez de la fe y de la esperanza.
El salmo nos ayuda a mantener esa fe y esa esperanza mostrándonos un camino: el hacer memoria de todos los dones, las obras que el Señor ha hecho en favor nuestro.
En el Evangelio, Jesús viene una vez más a combatir el fariseo que hay en nosotros. El fariseísmo es una ceguera, un engaño espiritual por el que, creyendo que cumpliendo y exigiendo el cumplimiento de la ley, hacemos lo justo, cuando en realidad estamos destruyendo el espíritu de la ley que no es otro que el amor, la misericordia, la ternura de Dios. El síntoma de que padeces la enfermedad del fariseísmo: el juicio. El fariseo, pretendiendo actuar en nombre de Dios, da una imagen falsa, deformada de Dios. Dios libre a su Iglesia del fariseísmo.



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