Tiempo Ordinario (Impar) Miércoles semana 04


Hb 12, 4-7.11-15

Sal 102

Mc 6, 1-6

 

            Hemos proclamado hoy en la epístola a Los Hebreos un tema precioso y de mucha importancia. Dios se toma muy en serio el ser Padre y, como todo Padre tiene una misión educadora con sus hijos. Todo padre tiene la responsabilidad de preparar a su hijo para que lleve una vida honrada, para que se aparte de los malos caminos que podrían llevarlo a una vida de problemas, culpas, sufrimientos propios y ajenos. A ser maduro y responsable. El padre prepara a su hijo para una vida de unos años.

 

            Dios, como Padre, tiene la misión de prepararnos para una Vida Eterna y apartarnos de una muerte eterna. Por ello, cuando ve que tomamos caminos que ponen en peligro esa Vida Eterna, los caminos del orgullo y sus aliados, nos corrige porque nos quiere. 

 

¿Cómo nos corrige Dios? Naturalmente no poniéndonos cara a la pared o mandándonos a la cama sin cenar. Dios nos corrige con la Cruz, una cruz que, aceptada, nos lleva a la humildad, el antídoto más fuerte contra el orgullo.

 

No somos masoquistas. Lo recordaba la carta a los Hebreos: la corrección, la cruz, la humillación, conlleva un sufrimiento y ante la corrección siempre aparece la voz del Acusador que te tienta diciéndote que tu Padre no te ama porque te hace sufrir. Mirar a Cristo, el Hijo, el Amado, el Predilecto en la Cruz, desmonta la falacia del enemigo. Cristo acepta en obediencia, en confianza al Padre, esta corrección por todos nosotros y nos regala su obediencia, su humildad. 

 

Esta humildad que nos impide hacer acepción de personas, como vemos en el Evangelio que hacían con Jesús sus paisanos. El que es y se sabe pobre acepta y agradece una palabra de verdad y de vida, una palabra que le anime a la fe, a la esperanza, al amor, venga de donde venga, aunque sea de una burra como Balaam.

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