Domingo 2º de Pascua – Ciclo “A”


Act 2, 42-47

Salmo 117

1 P 1, 3-9

Juan 20, 18-31

 

            Estamos en el domingo de la Octava de Pascua, todavía hoy es Pascua y la oración colecta nos da su significado. Hemos pedido que los dones de la gracia de Dios, los dones de su amor gratuito nos hagan comprender hoy la inestimable riqueza del bautismo que nos ha purificado, del Espíritu que nos ha hecho renacer y de la Sangre que nos ha redimido.

 

            La primera lectura nos invita a proclamar: “Alegría, hermanos, que si hoy nos queremos es que resucitó”. La muerte de Cristo nos ha igualado en el pecado. Todos le hemos vendido, le hemos negado, hemos preferido a Barrabás, nos hemos dispersado como ovejas asustadas. Y a todos Cristo Resucitado nos ha mostrado su amor gratuito, su perdón, su paz. Cuantos bienes nos ha dado el Señor en vez de los males que merecíamos.

 

            De Cristo Resucitado hemos recibido el Espíritu que nos ha llevado a permanecer en él, mostrándonos que sin él no somos nada.  Una palabra clave en la liturgia de hoy: perseverar. Los hermanos perseveraban en el trípode… Con perseverancia acudían al Templo. “Que la fuerza del sacramento que hemos recibido persevere siempre en nosotros”, rezaremos en la oración de Postcomunión,

 

            “Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, ahora yo dispongo un Reino para vosotros” Nosotros, que somos inconstantes e infieles por naturaleza… ¿cuándo hemos perseverado? Dichoso el que no se escandaliza de mí. Pese a ver a Cristo crucificado y constatar nuestro pecado, por pura gracia no hemos dudado del amor gratuito de Cristo. “Una cosa te pido, eso sólo te ruego no dudar nunca de tu amor, no dudar nunca de ti”. 

 

Tomás duda. Pero hay dudas para la muerte (como la de Judas) y dudas para la vida. No culpabilicemos a Tomás: su duda es también Evangelio, es también buena noticia. “Oh feliz duda”; sin la duda de Tomás Cristo no nos había mostrado sus llagas resucitadas. El Señor no quiere que dudemos, no quiere que pequemos. Pero si dudas, no te desesperes, acércate a Jesús y tócale.

 

El mismo Jesús que dice a María Magdalena: “No me toques” (Noli me tangere) es el mismo que dice a Tomás: mete tus dedos en mis llagas. María confiesa a Jesús: Rabbuní. Tomás quiere creer pero necesita tocar a Jesús para poder confesarlo: Señor mío y Dios mío. 

 

El evangelio de Juan es llamado “el Evangelio de los signos: desde Caná hasta los otros muchos signos que si se escribieran no habría lugar en el mundo para tantos evangelios, para tantos libros. Cada uno de nosotros podría escribir uno con los signos que ha hecho el señor en su vida. Esto nos lleva a la bendición: Que lo diga la casa de Israel: eterna es su misericordia.

 

En el prefacio pascual hay algo que me ha llamado siempre la atención: “El mundo entero se desborda de alegría”. Me imagino el mundo como una copa en la que se va echando vino, hasta que se derrama. Y viendo como está el mundo, cómo está el patio, está la tentación de verlo como una exageración. Pero la carta de Pedro nos recuerda que la resurrección de Cristo en nuestras vidas nos ha regenerado para una esperanza viva. En esa esperanza vivimos y hacemos de nuestra vida una eucaristía.

Comentarios

Entradas populares