Domingo 3º de Pascua – Ciclo “A”
Act 2, 14.22-33
Salmo 15
1 P 1, 17-21
Lc 24, 13-35
Con esta celebración, iniciamos la tercera semana de Pascua. Así como la 1ª semana está centrada en el relato de las apariciones de Jesús y la segunda en el bautismo que hemos renovado en la Pascua (con la proclamación del Evangelio de Nicodemo), esta tercera semana estará centrada en la Eucaristía y seguiremos la catequesis en Cafarnaúm sobre el Pan de la Vida (el capítulo 6 de san Juan).
La epístola de san Pedro nos recordaba lo que pedimos en la oración colecta el domingo pasado: Que el Señor haga crecer en nosotros los dones de su gracia a fin de que comprendamos el valor de la sangre que nos ha redimido. San Pedro nos recuerda que Dios ya había previsto la sangre de este Cordero inocente antes de la creación del mundo, que era necesario que fuera derramada para que pudiéramos poner en Dios nuestra fe y nuestra esperanza, para que quedará sellado en nuestro corazón que nada puede separarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo.
El evangelio nos presenta la eucaristía como ese encuentro con Cristo Resucitado. Un encuentro que tiene el poder de abrirnos los ojos para ver nuestra historia iluminada y para hacernos pasar de la tristeza y la decepción al gozo y a la esperanza.
Los discípulos de Emaús están de vuelta, están decepcionados pero no de cualquier cosa, están decepcionados de Cristo mismo: Nosotros esperábamos que Él… Si hoy todavía hay algo en ti de tristeza, de amargura, de decepción respecto a lo que esperabas de Cristo, del camino, de la Comunidad… Cristo te pregunta: “Pueblo mío, qué te hecho, en que te he contristado, respóndeme”.
Hay un himno de Vísperas que dice: Cómo te encontraremos al declinar el día si tu camino no es nuestro camino. El Señor viene a nuestro camino, a nuestra realidad de falta de fe y nos abre las Escrituras para que entendamos que todo está cumplido, que todo es justo y necesario, que todo es para nuestra salvación. Su palabra nos ayuda a ver que si hay tristeza y decepción en nosotros es por nuestras idolatrías, “porque nuestros caminos no son sus caminos, ni nuestros planes son los suyos”.
El Señor vuelve a sentarse con nosotros y vuelve a partir el pan por nosotros, vuelve a partirse por nosotros. Para que volvamos a verlo resucitado, para que tengamos experiencia de Resurrección. En todas las oraciones de la eucaristía de hoy le pedimos a Dios que aumente en nosotros la fe en la Resurrección y que esta fe dé sus frutos. Que podamos vernos renovados y rejuvenecidos (en la oración colecta), que podamos participar del gozo eterno (ofertorio) y que podamos desear la Resurrección gloriosa. ¿La deseamos?
Así, testigos de la Resurrección, como los apóstoles en la 1ª lectura, podremos salir a las calles y a las Plazas y anunciar que Cristo ha resucitado por ellos y para ellos. Para poder cantar y proclamar con el salmo que hay un camino que lleva a la vida que lleva a la alegría, al gozo, al descanso, un camino que el Señor nos ha enseñado a nosotros y que también es para ellos.
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