Domingo 4º de Pascua – Ciclo “A”


Act 2, 14.36-41

Salmo 23

1 P 2, 20-25

Jn 10, 1-10

 

            En esta 4º Domingo de Pascua, se celebra la fiesta de Jesús como Buen Pastor.  Un domingo que nos recuerda que es Cristo el que realiza la verdadera y definitiva Pascua, como había profetizado Miqueas (2,12s): Voy a reunir a Jacob todo entero, voy a recoger al Resto de Israel; los agruparé como ovejas en el aprisco, como rebaño en medio del pastizal… el que abre brecha subirá delante de ellos; abrirán brecha, pasarán la puerta, y por ella saldrán”Cristo es el que baja a Egipto, el lugar de la oscuridad, de la esclavitud, de la muerte, para abrir las puertas de la muerte, sacar a los rescatados y guiarlos, a través del desierto, hacia el Reino de la Luz, de la Libertad, de la Vida.  

 

            El salmo 23 proclama la obra que ha realizado el Señor en nosotros, haciéndonos participar de su Pascua, merced a la Iniciación Cristiana. Él nos ha llevado a las fuentes de la Vida en el Bautismo, él nos ha ungido en la Confirmación, y ha preparado para nosotros la mesa frente a los enemigos en la Eucaristía.

 

            Pero el Evangelio de hoy subraya que Cristo es el que tiene el poder de abrir y cerrar las puertas, porque él es la Puerta. En la Palabra de Dios, la Puerta significa el lugar de paso, pero también el lugar de discernimiento, el lugar del Juicio (los juicios se celebraban en las puertas), del rechazo o de la acogida. El salmo 118 lo profetiza“Abridme las puertas del triunfo y entraré para dar gracias al Señor. Esta es la puerta del Señor, los vencedores entraran por ella. ¿Quiénes son los vencedores? Isaías (26, 2-3) proclama: “Abrid las puertas, y entrará una gente justa que guarda fidelidad; de ánimo firme y que conserva la paz, porque en ti confió”Cristo abre para nosotros la puerta del Templo, el fin de la Pascua, como proclama el Canto de Moisés: “Los llevas y los plantes en tu monte santo, el santuario que tus manos formaron”.

 

            El capítulo 10 de San Juan une dos fiestas señaladas para los judíos: la Pascua, pero también la Janucá, la fiesta de la purificación y la Dedicación del Templo. En Invierno, en el pórtico de Salomón. Había habido unos ladrones (Antíoco Epifanes y Pompeyo) que habían entrado a la fuerza al Templo, habían destruido, matado y habían robado la Menorá. Pero los Macabeos, los zelotas, habían reconstruido el templo, y lo habían purificado y dedicado de nuevo, gracias al hallazgo milagroso de dos vasijas de aceite puro consagrado. Por ello en esta fiesta se encendía la Menorá pero con nueve brazos, la Jannukin, en memoria de esas dos vasijas de aceite.  Cristo es el nuevo zelota espiritual (“el celo de tu casa me devora”) que purifica el Templo para hacerlo casa de oración y para que puedan entrar en él los verdaderos adoradores “en espíritu y en verdad”.

 

            La carta a los hebreos (10, 19-22) nos recuerda que Cristo es el que ha abierto el camino hacía el verdadero y definitivo Templo, el Cielo, abriendo una brecha a través de la cortina de su Cuerpo. La misma carta nos recuerda que esta puerta que Cristo ha abierto, nadie la podrá cerrar (Ap 3, 8) y la carta a los Efesios nos asegura que en Él tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu (Ef 2, 18).  

 

Ante esta Puerta que es Cristo, hay un juicio, aunque Cristo no ha venido a juzgar, sino a salvar, a llevarnos al cielo. Juan 3 nos recuerda que, por parte de Dios, en Cristo esta puerta está abierta. Está en nosotros el entrar o no. Hoy se nos invita a entrar para vivir una liturgia que nos une ya al Cielo.

 

Hoy se enciende el Jannukin, la luz de la Resurrección, imagen de Cristo resucitado, pero un Cristo que lleva las llagas de la Cruz. La epístola de Pedro nos recordaba que, nosotros ovejas descarriadas, hemos sido atraídas por esa luz, hemos vuelto al pastor y guardián de nuestras almas, que nos ha marcado con su sello, para que sigamos su ejemplo, para que participemos de su misma misión.

Comentarios

  1. En la Iglesia he podido vivir como el juicio de Dios en Cristo es la misericordia. Por eso, esta palabra para mí es un misterio, pero también una gran alegria.
    Me has llamado a vivir de esta misericordia y ser testigo de ella. El gran combate es aceptar cada día está puerta que se abre a vivir en la gracia

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