Domingo de Ramos – Ciclo “A”
Isaías 50, 4-7
Salmo 21
Flp 2, 6-11
Mateo 26,14 – 27,66
Estamos viviendo una celebración impresionante, de una riqueza incalculable: las lecturas, los cantos, las moniciones, las oraciones, los signos… Estoy seguro de que el Señor os ha hablado ya, os ha exhortado, y no necesitáis más.
Toda la celebración es una invitación a unirnos a Cristo para entrar con él, como su Cuerpo, en Jerusalén, para hacer Pascua con él.
. – Para poder servir a los demás, poder lavar los pies como él.
. – Para poder responder a las traiciones, las injusticias, las cobardías con el perdón como él.
. – Para poder tomar nuestra cruz y subir a nuestra cruz, amando a todos los hombres e intercediendo por ellos, como él.
. - Para poder entrar en el sepulcro, en la noche oscura, esperando contra toda esperanza como él.
. – Para poder vencer la muerte y resucitar con él.
Es el día en que la Iglesia nos invita a confesar solemnemente nuestra fe: cada uno desde su historia y desde el nivel de fe que el Señor nos haya dado, nuestra fe en que este hombre manso y humilde, este hombre que, torturado y despreciado, muere en la cruz, es la clave de nuestra vida y de la vida de toda la humanidad.
Hemos proclamado la Pasión de Cristo, el corazón del Evangelio, el corazón de la fe. Dicen los entendidos en las Sagradas Escrituras que lo primero que se escribió y se proclamó en las primeras comunidades cristianas fueron los relatos de la Pasión y que el resto de los Evangelios fue desarrollándose en torno a estos relatos. ¿Por qué?
Porque esta Pasión de Cristo es la manifestación suprema de lo único que puede salvarnos, rescatarnos de nuestros infiernos, de nuestras muertes. La Pasión de Cristo es la manifestación suprema del amor de un Dios que es Amor, la manifestación suprema de la gracia de Dios, del amor gratuito de Dios. En ese amor hemos sido creados y a ese amor estamos llamados. Ese amor es nuestra vocación.
Confesamos no sólo ese amor, sino que confesamos que deseamos que ese amor se haga plenamente carne en nosotros. El Señor ha empezado a realizar esa obra en nosotros:
. - Nos está abriendo el oído para poder escuchar como discípulos.
. - Nos está llevando a la humildad que proclamaba el salmo y el himno a los Filipenses.
. - Está gestando en nosotros la certeza de que, en nuestras muertes, el Señor nos regala la Resurrección y la Vida.
Los que han confesado públicamente esta fe en la Reditio, proclamarán ahora cantado esa fe. Los que todavía no lo han hecho, proclamadla en vuestro interior, esperando que pronto el Señor os permita hacerlo. Buena Semana Santa.
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