Domingo de la Ascensión – Ciclo “A”
Act 1, 1-11
Salmo 46
Ef 1, 17-23
Mt 28, 16-20
En el salmo que hemos cantado se nos invitaba a un gozo y una alegría desbordante. Nos recuerda la entrada del Arca de la Alianza en el templo que Salomón había construido para que el Señor habitará en él. Cristo entra en el verdadero Templo, el que no está hecho de manos humanas, en el mismo cielo y entra para reinar, para gobernar. El que te ha amado tanto como para encarnarse por ti, morir por ti, resucitar por ti, el que ha vencido al pecado y la muerte por ti, ahora está sentado en el trono de Dios.
Por eso nos alegramos no sólo por El, ni sólo por tenerlo por Señor, la oración colecta nos da el pleno sentido de lo que celebramos. La Ascensión de Cristo es ya nuestra victoria, porque donde nos ha precedido nuestra Cabeza esperamos llegar nosotros como su Cuerpo. Estamos de parto. Una nueva humanidad está naciendo a la Vida eterna: lo primero en nacer es la cabeza, pero luego sigue el cuerpo.
En la Carta a los Efesios, el Apóstol pedía a Dios que nos diera espíritu de sabiduría y Revelación.Para que pudiéramos comprender la inmensidad de la esperanza, la riqueza de la Gloria que nos da en herencia, la grandeza del poder que actúa en nuestro favor. Dios se lo ha dado “todo” a Cristo como cabeza y Él nos lo comunica “todo” a nosotros como su cuerpo.
En el Evangelio, Cristo, que había profetizado que cuando sería levantado, atraería a todos hacia Sí, nos anima a no vacilar como hicieron algunos, sino a adorarlo, a reconocer su poder como Kirios. Cristo, que empieza este levantamiento en la Cruz, camino hacia la Gloria, hacia el cielo, en su Ascensión nos envía a anunciar la buena noticia de que, creyendo en el Evangelio, y por los sacramentos podemos entrar con él a donde él nos ha precedido. Y en esta misión evangelizadora El, desde el cielo, nos acompaña siempre.
En la primera lectura el apóstol, el catequista, nos recuerda todas las numerosas pruebas que nos ha dado de que está vivo y nos invita a no alejarnos de Jerusalén, de la comunidad. Permanecer en la Comunidad para poder recibir el Espíritu, no para que realice nuestros planes, sino para que nos haga testigos. Estar en la comunidad no es sólo una presencia física. Hay hermanos que por enfermedad o misión no pueden asistir físicamente. La cuestión es donde está el corazón.
Permanecer en la comunidad, orando con María. Como nos recuerda el himno de la Ascensión. “El buen Pastor ha subido a la derecha del Padre. Vela el pequeño rebaño con María en el cenáculo”. Velamos suplicando a Cristo que cumpla sus promesas: que envíe el otro Paráclito y que vuelva pronto. “Ven Espíritu Santo”. Ven Señor, Jesús”.
Nuestro corazón en la comunidad y… nuestra Cabeza? Hacia donde van nuestros pensamientos, nuestros deseos? En el prefacio cantaremos que vivimos en la ardiente espera de seguirlo a su Reino. Y en la Oración final pediremos desear vivamente estar con Cristo donde nuestra naturaleza ha sido tan extraordinariamente exaltada. “Ven Espíritu Santo” “Ven Señor Jesús”, “llévame al Cielo que estar contigo es con mucho lo mejor”. Ya queda poco. Las goteras nos lo anuncian. Animo.
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