14 domingo T. Ordinario Ciclo A
Za 9, 9-10
Sal 144
Rm 9, 9-13
Mt 11, 25-30
Durante tres domingos hemos proclamado en el Evangelio la misión de los apóstoles, que es nuestra misión. Viendo Jesús que la muchedumbre estaban cansados y sobrecargados como ovejas sin pastor, manda a los apóstoles a congregar a las ovejas perdidas de Israel. Las manda allí donde pensaba ir él, a llevarlas a él.
Ahora no habla a los apóstoles, habla a las ovejas, habla nos habla a nosotros como personas necesitadas. ¿Y qué nos dice? En la primera lectura: “Mirad a vuestro rey” (miradme a mí); y en el Evangelio: “Venid a mí” y “Aprended de mí”, porque sé que estáis cansados y agobiados.
Pero… ¿por qué estamos cansados y agobiados? La carta a los Romanos nos da una respuesta: por que estamos en guerra permanentemente, subidos a los carros y a los caballos, con los arcos siempre a punto de disparar. Estamos bien despistados si todavía creemos que esa guerra es contra los otros, contra los demás (mi marido o mujer, mis hijos o mis padres, un hermano de comunidad). Lo que nos cansa es la batalla contra nuestra carne, nuestro yo, ese “Yo” faraónico que nos lleva a la muerte.
Pero también estamos cansados (como die la canción popular) de buscar la vida. Seguramente porque la buscamos donde no está. Porque la Vida está en Dios y sólo cuando encontramos a Dios, encontramos la vida, nos encontramos a nosotros mismos y encontramos el descanso. Sólo cuando lo encontramos, conocemos la Imagen a la que estamos llamados.
He aquí que nuestro espejo es el Señor, miraos en él y aprended cuál es vuestra imagen. “Venid y aprended de mí” no se refiere a una imitación exterior, de las formas. Sólo puede ser Imagen de Dios, el que tiene el Corazón de Dios, el Corazón de Cristo. Un corazón manso y humilde, un corazón del que nos hablaba el Salmo: bueno, bondadoso, cariñoso con todos, compasivo, fiel…
Un corazón que no pueden ver ni desear los sabios y entendidos, los soberbios, los creídos, los que sólo se fían de sí mismos, de su razón. “Quien no se haga como un niño no puede ver el Reino de Dios”. Por eso el Señor que nos conoce, nos ha invitado a un Camino de humildad y simplicidad, en camino en el que el Señor nos enseña a a aceptar que él crucifique nuestra razón, a quebrantar nuestro corazón de piedra, para poder ir a él. Ese Camino no se acaba con la Iniciación cristiana. Se vive cada día. Él es el Camino.
En ese Camino el Señor nos enseña a cargar con ese Yugo Suave, el Espíritu Santo, el Espíritu de la Resurrección. Ese Espíritu nos da la victoria en la guerra contra la carne, contra el “Yo”. Un Espíritu Nuevo, que nos da un Corazón nuevo: el corazón de Cristo, el corazón de Dios. Un Espíritu que nos hace cristianos; sin ese Espíritu no somos nada. Venimos como pobres, cansados y agobiados, a pedirlo, a recibirlo en la Eucaristia.
Dels millors evangelis!
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