26 domingo T. Ordinario Ciclo A


Ez 18, 25-28

Sal 24

Flp 2, 1-11

Mt 21, 28-32

 

            En el Evangelio del domingo pasado, el propietario contrataba a unos jornaleros para ir a trabajar a la Viña. En el Evangelio de hoy, envía a sus propios hijos, a nosotros. Si el trabajo en la Viña es la evangelización, la verdadera paga, la verdadera recompensa es servir al Señor, servir al Padre con alegría, porque en dar gratis lo que se ha recibido gratis, en servir al que es el Sumo Bien, en servir al que es la Bondad infinita radica la verdadera alegría.

            

            Entender y vivir la gratuidad no es fácil, la gratuidad a los ojos humanos es un escándalo, nos lo recordaba en profeta Ezequiel en la 1ª lectura. Que te pases la vida intentando ganar puntos, portarte bien, y un pecado te lo puede echar todo al traste y, en cambio una conversión en el último momento, como el buen ladrón te da pase al Paraíso no parece muy justo.  

 

¿Por qué nos decía Jesús el domingo pasado que muchos últimos serán los primeros y hoy nos dice que publicanos y prostitutas nos precederán en el Reino? Porque el Reino de Dios es el Reino del amor gratuito, y los últimos, los publicanos y las prostitutas están más cerca de entender y vivir la gratuidad que los cumplidores. Si se trata de amar a Cristo, amar a Dios, “muestran mucho amor los que mucho se le ha perdonado, al que poco se le perdona poco amor muestra”

 

La primera condición para vivirlo es la humildad, saber que no mereces ese amor. La humildad es un don, una obra de Dios. Para llevarnos a la humildad Dios nos une a su hijo y hace de nuestra historia una kenosis, un camino de descendimiento que, como nos recordaba la epístola a los Filipenses, Cristo hizo voluntariamente por amor a nosotros, él que no conocía el pecado, asumió las consecuencias de nuestro pecado, para que pudiéramos aceptar nuestro pecado, para que nuestro pecado no nos apartara de su amor.  

 

Sólo desde una profunda humildad, se puede vivir y testimoniar la gratuidad. Por ello, el hacernos viejos, no nos aparta de la misión. Al revés. Desde la humildad, desde la aceptación de esta kenosis, desde la cruz, resplandece la gratuidad sin velos. 

 

Y la segunda condición es creer en lo increíble: en él amor loco de Dios por nosotros, en su perdón sin medida. Si escuchamos la primera lectura en clave moralista no entendemos nada; si la entendemos en clave de fe. Lo que nos salva es la fe en ese amor gratuito de Dios; si dejas de creer entras en la oscuridad, en el infierno. ¿Cuál es el mérito del publicano Mateo y de la prostituta María Magdalena? ¿Cuál es el mérito del hijo pródigo? ¿Por qué el primer hermano va a trabajar a la viña, pese a su “no” inicial? No es otro que haber creído y aceptado el amor gratuito de Dios en Jesús.

 

Curioso que en esta ocasión, a diferencia de todas las demás (desde Caín y Abel) sea el “primero” y no el “segundo” o el ¨último” el que sale guapo en la foto.  También en Jn 8, los mayores son los primeros en marcharse después que Jesús hubiera dicho: "Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra".  Hay esperanza hasta para los primeros,  con tal de que no se lo crean mucho.

Comentarios

Entradas populares