A.- Domingo 30 Ordinario
Ex 22, 20-26
Sal 17
1 Tes 1, 5-10
Mt 22, 34-40
Baruc en la Vigilia Pascual nos recuerda: Dichosos nosotros, Israel, que conocemos lo que agrada al Señor. Lo que agrada al Señor es que vivamos y por ello nos ha enseñado el camino de la Vida, de la Bienaventuranza, de la verdadera realización, que el hombre busca en tantos caminos equivocados y que está en poder Amar.
Una misma palabra: Amarás, pero con dos sentidos distintos, y el confundirlos es causa de muchos sufrimientos. A Dios se le ama como a Dios (con todo el Corazón, con toda la Mente, con todas las fuerzas) no como a una creatura. ¿Pedro me amas? Señor, tú sabes que te amo como al aire que respiro, como el sediento ama el agua, que sin ti no soy nada. Y al otro no se le ama como se ama a Dios, sino como a una creatura: tratándolo como te gustaría ser tratado. Eso lo entienden perfectamente los niños cuando se le ponen ejemplos.
Los dos mandamientos están íntima e inseparablemente unidos. Si bien es cierto que, como dice San Juan, no podemos decir que amamos a Dios a quien no vemos, si no amamos a los hermanos a quienes vemos, no es menos cierto que no podemos amar al hermano si no podemos amar a Dios. Vacíos de amor, ¿cómo podemos dar lo que no tenemos? Amar a Dios es el primer mandamiento. Quien no ama a Dios no puede amarse rectamente ni a sí mismo ni a los demás. Quien odia a Dios, está odiando su propio ser.
Pero somos afortunados no sólo porque conocemos el Camino de la Vida, sino porque Dios nos lo ha dado cumplido en Cristo. Cristo con su encarnación, muerte, resurrección y ascensión al cielo, con el envío del Espíritu Santo ha hecho posible lo que era imposible a nuestra carne sometida al pecado. Él es el camino verdadero que lleva a la Vida.
Él nos ha reconciliado con el Padre, precipitando al Acusador. El acusador que no sólo nos acusaba día y noche, y acusaba a los hermanos, sino que también acusaba a Dios, presentándonos un Dios egoísta y cerrado en sí mismo, un Dios exigente (que quiere recoger donde no ha sembrado), un Dios que no quiere nuestra felicidad, nuestra realización y por ello nos limita (como deja caer la Serpiente a Eva).
Un Dios al que temer como a la misma muerte (Hb 2: por eso nos escondemos). El Acusador ha vencido. Pues, donde hay miedo, no puede haber Amor. ¡Qué contradicción es desear vivir eternamente con un Dios así! Pero, peor es el infierno creado por un Dios sádico.
Pero, viviendo ese amor a Dios y a los hermanos, la segunda lectura que hemos proclamado se cumple en nosotros. Con ello alcanzamos la vocación a la que hemos sido llamados, la vocación de Ser Iglesia de Cristo, Sacramento de Salvación (Lumen Gentium) y motivo de Gozo y Esperanza (Gaudium et Spes) para nuestros contemporáneos.
Cuántos bienes nos ha dado el Señor. Verdaderamente es justo y necesario, es nuestro deber y Salvación darle gracias, celebrar la Eucaristía.
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