A.- Domingo 31 Ordinario


Mal 1, 14 – 2, 8-10

Sal 130

1 Tes 2, 7-13

Mt 23, 1-12

 

           Bendigamos al Señor que nos ha abierto el oído, pues la Palabra de hoy (especialmente la 1ª lectura y el Evangelio) no son fáciles de entender y acogerNosotros sabemos que la Palabra que se proclama primero es para todos y cada uno y, segundo, sabemos también que esta Palabra es siempre amor de Dios, es siempre Buena Noticia, siempre una invitación a la Conversión.

 

Aunque salta a la vista, no deja de asombrar que Jesús, manso y humilde de corazón, tan lleno de misericordia con los pecadores, se meta tan duramente con los fariseos. Y no sólo con los fariseos de su época. La Iglesia ha querido mantener y proclamar esos múltiples evangelios contra los fariseos en todas las épocas. Y es porque el fariseísmo es el gran peligro y la gran tentación para los que han nacido y se alimentan del Evangelio de la Gracia, de la Gratuidad, el enemigo de la comunión. 

 

Hoy la Palabra nos recuerda unos síntomas del fariseísmo (hay más) la exigencia, el clericalismo, y la acepción de personas. La exigencia: ¿Qué exiges tú a tu prójimo (al que tienes cerca, a tu hermano, a la comunidad? ¿Qué cargas pretendo, pretendes colocar sobre el prójimo? El fariseísmo tiene la virtud de convertir lo que es regalo en una carga, lo que es camino de vida en una ley que esclaviza, lo que es amor en deber.

 

Otro síntoma del fariseísmo es el clericalismo que puede ser tanto religioso como laico. El orgullo de ser sacerdote, sea ordenado o sea por pertenecer a un pueblo sacerdotal. El ver lo que es una llamada al servicio, para el cual elige el Señor a los que no valen, a los que saben que son peores que aquellos a los que sirven, en cambio vivirlo como un privilegio, como un reconocimiento de las propias cualidades o virtudes. 

 

Y sobre todo, la acepción de personas: los que saben y los que no se enteran. Mientras el amor gratuito nos iguala a todos, (¿qué tenemos que no hayamos recibido?); el fariseísmo lleva a la acepción de personas (los que conocen y cumplen, según los propios varemos, y los que no). El peligro de distinguir entre hermanos de 1ª y de 2ª.

 

El amor gratuito es tan contrario a nuestra naturaleza, a nuestra carne, que, si lo vivimos, es por pura gracia y siempre en precariedad.  Sólo se vive permaneciendo en la más profunda pobreza. Pero nosotros queremos ser ricos, ahora quizás no tanto en dinero como en méritos. Queremos merecer el amor de Dios y el amor de los demás. El Diablo que tiene la misión de apartarnos de ese amor gratuito, se aprovecha incluso de nuestra buena voluntad: “ya va siendo ahora de que te conviertas, de que hagas algo por Cristo”. Es diferente la tristeza por no amar a Cristo como él nos ama, que la tristeza por ser pobres 

          

            Pero ¿convertirse a qué? ¿A una nueva ley, a un nuevo cumplimiento? “Conviértete y cree en el Evangelio”.  Convertirse es denunciar al hombre fariseo que todavía echa sus raíces en nosotros, y acoger de nuevo la Gracia, al amor gratuito de Dios. Nos lo recordaba la epístola a los Tesalonicenses, recordando nuestro amor primero, el inicio de nuestra camino: no hacer en nosotros vanos todos los cuidados que hemos recibido de la Iglesia, creer en la eficacia de la Palabra, acoger con alegría su amor y darle gracias no sólo por el amor que nos tiene, sino por el amor que tiene a todos los hombres.

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