A.- Domingo 33 Ordinario


Prov. 31, 10-13.19-20.30-31

Sal 127

1 Tes 5, 1-6

Mt 25, 14-30

 

           Estamos al final del año litúrgico y la Iglesia nos invita a vivir conscientes del final de nuestras vidasPablo en la 2ª lectura nos recordaba que no vivimos en la oscuridad, en la noche, sino en la plena consciencia de que necesitamos hacer acopio del Espíritu Santo para vivir en vigilante espera y no dejar que el ladrón nos arrebate la fe y, con ella, la verdadera vida, la Vida Eterna.

 

Se nos exhorta a ser conscientes del final de nuestra vida en el doble sentido de la palabra “final”. El final supone la conclusión de una actividad, pero también la finalidad el sentido de dicha actividad. Llegar a la estación de término es el final del viaje pero también alcanzar el destino. Unir el final del tiempo de nuestra historia con el final del tiempo nos litúrgico nos hace presentes que nuestra vida es, a los ojos de Dios, una liturgia.

 

Contemplar nuestra historia a los ojos de la fe, a los ojos del amor de Dios nos hace cantar: Dayenú, cuántos bienes, cuantos talentos no ha dado el Señor. Todo nos lo ha dado en su Hijo Jesucristo, por medio del Evangelio, por medio de una Palabra que ha caído en nuestra tierra y ha dado su fruto: un 30% (dos talentos), un 60% (tres talentos), el 10% (los 5 talentos).

 

El Evangelio nos ha llevado a vivir un amor que no es nuestro, el Amor de Dios, la Luz de Dios, y disfrutamos de ese Amor y de esa Luz pero no nos pertenecen. “Amor sui difusivus”, el amor no se detiene, se comunica o no es amor. “Caritas Christi urget nos: el amor de Cristo nos apremia al pensar que si uno murió por todos, todos murieron…”. No se vive el Evangelio si no se comunica. “Ay de mi si no anunciara el Evangelio”.

 

La Iglesia, nosotros, somos como esa mujer hacendosa que nos retrataba el libro de los Proverbios. La imagen que resulta es la de una mujer joven y llena de energía, un poco Marta. ¿Y los que ya no somos tan jóvenes? La Iglesia evangeliza tanto siendo Marta como siendo María, tanto siendo joven como siendo la anciana Ana que no perdía oportunidad para anunciar a quienes se encontraba el Evangelio del Dios encarnado en la pequeñez. Los talentos que dan más ganancias son los de aquellos que unen sus sufrimientos a los de Cristo. 

          

            La forma de vivir esta vigilante y gozosa espera del final es la de seguir sirviendo al Señor con alegría. Sabemos que no hemos recibido un espíritu de esclavos para recaer en el miedo, como el siervo que esconde su talento. Nosotros hemos recibido el espíritu de hijos adoptivos, que conociendo que el Padre ya sabe que somos siervos inútiles, nos lleve a negociar los talentos con libertad. 

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