A.- Domingo 34 Cristo Rey
Ez 34, 11-12.15-17
Sal 22
1 C 15, 20-28
Mt 25, 31-46
Celebramos hoy que Cristo es el Alfa y la Omega, el sentido, el inicio y el final de la historia de la humanidad y de cada historia humana. Hemos sido creados en Cristo y para Cristo y es un gran consuelo para el creyente pensar que sin Cristo Dios no nos hubiera creado. Porque Dios no crea al hombre para vivir en un sufrimiento sin sentido, en las tinieblas, en el miedo a la muerte, esclavos de las cosas y de nuestras pasiones. Dios nos ha creado para ser libres, para ser reyes de la creación y eso sólo podemos vivirlo reinando con Cristo.
¿Cómo reina Cristo? Siendo ese Buen Pastor que hemos proclamado en la primera lectura y en el salmo. Él ha bajado a nuestros cárceles, a nuestros infiernos, a nuestros Egiptos, para combatir con el Faraón, con el señor de la Muerte, para abrir la puerta y sacarnos de la gran tribulación. El mismo ha abierto el mar para nosotros y nos lleva por el camino, Él mismo cura nuestras heridas y va guiándonos y alimentándonos hasta introducirnos en la Tierra Prometida que él ha conquistado para nosotros.
Es verdad que ese Buen Pastor, como nos recuerda el Evangelio, vendrá al final de los tiempos a juzgar a vivos y muertos. Vendrá a hacer justicia de cada historia y de la historia de la humanidad. Vendrá a saciar esa sed de justicia que hay en cada corazón humana, para enjugar las lágrimas de todos los rostros. Y es verdad que al ocaso de nuestras vidas seremos juzgados de amor, que seremos juzgados en base de la misericordia mientras que la misericordia se ríe del juicio.
Pero no es menos cierto que nosotros somos el Cuerpo de Cristo y, con Cristo, juzgaremos a las naciones. Somos esos ángeles enviados a convocar a todos los hombres al encuentro con Cristo. Y en esa misión, Cristo nos ha asegurado que “quien a vosotros acoge, a mí me acoge y quien a vosotros rechaza a mí me rechaza” y quien acoge al cuerpo de Cristo, acoge al Padre, acoge el Evangelio, acoge el amor de Dios, acoge el Reino de Dios. “Quien acoge a un profeta por ser profeta, tendrá recompensa de profeta y quien dé a beber un vaso de agua a uno de estos pequeños por ser discípulo mío no se quedará sin recompensa”.
La Epístola nos recuerda la buena noticia de que quien cree ha pasado ya de la muerte a la vida.Nos recuerda el mensaje de la Pascua: hemos muerto con Cristo, y nuestra vida esta sepultada con Cristo, para poder vivir el Reinado de Cristo, para poder vivir en la voluntad de Dios, para vivir en la Gracia de Dios, vivir una vida de resucitados. Él ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para reinar con Él.
Todo ello, gracias al don de la fe. Una fe que necesitamos renovar cada día y que hoy renovamos solemnemente, litúrgicamente, en la asamblea de los que el Señor ha llamado a ser sacramento de amor y de unidad.
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