B.- Domingo 2 Ordinario


1 Sam 3, 3-10.19

Sal 40

1 Co 6, 13-20

Jn 1, 35-42

 

          Ya en tiempo ordinario, la liturgia nos invita a seguir y vivir la vida y la misión de Jesús. Tras su bautismo, Jesús, para llevar a cabo su misión llama y elige a los que el Padre ha destinado para que sean sus colaboradores y sus testigos.

 

            La Palabra de hoy viene a recordarnos nuestra vocación. Si estamos aquí es porque, como Samuel, Como Andrés y su compañero, como Pedro, como cualquier cristiano, alguien nos ha llamado por nuestro nombre. Alguien a quien no conocíamos, pero que Él nos conocía perfectamente ya desde el seno de nuestra madre, Alguien que nos ha amado en primer lugar, antes que le amáramos nosotros a él.

 

            También, como Samuel tuvo a Elí, Andrés y su compañero tuvieron a Juan Bautista, y Pedro tuvo a Andrés, también nosotros hemos tenido alguien que nos ha ayudado a reconocer la voz del que nos llamaba. Alguien que ha sido un instrumento del Señor para abrir nuestro oído. Todos hemos tenido ese regalo grande del Señor que han sido nuestros catequistas. Y ahora que el Señor llama a algunos y a todos como comunidad a ser catequistas, nos da alegría y libertad saber que quien llama es el Señor y nosotros instrumentos en sus manos.

      

            Al llamarnos, el Señor, como con los primeros discípulos, nos invita a entrar en su casa. Al abrirnos su casa, Él nos introduce en su intimidad. Nos abre no sólo su casa sino su corazón y así nos ha enamorado, nos ha seducido, nos ha marcado con su sello, nos ha hecho cuerpo de su cuerpo, nos ha unido a él. Por eso no nos pertenecemos como nos recordaba la 2ª lectura. Como el Esposo pertenece a la esposa y la esposa al Esposo. 

 

            Siguiendo esa llamada, el encuentro con Cristo, ha sido por encima de todo, una experiencia de amor gratuito. De un amor que nos salva, que nos rescata, que nos resucita. Ese amor ha sido, como expresaba el Salmo que hemos cantado, una experiencia de salvación. Una experiencia de que ese amor gratuito, esa Gracia, nos invade y hace de nosotros Templos del Espíritu Santo, como nos recordaba la 2ª lectura.

 

Esa experiencia de Salvación es la que nos lleva a decir con el Salmo: Aquí estoy yo para hacer tu voluntad. La presencia del Espíritu en nosotros es la que nos lleva a dar testimonio de que el encuentro con Cristo que hemos tenido, en su casa, en su intimidad, nos ha llevado, como a Andrés, a conocerlo como nuestro Mesías, como el Señor de la Vida.

 

Esa experiencia, ese testimonio, se hace presente en la Eucaristía, el Sacramento de nuestra fe, de la fe que ahora proclamamos en asamblea. 

Comentarios

Entradas populares