B.- Domingo 3 Ordinario
Jon 3, 1-5.10
Sal 24
1 Co 7, 29-31
Mc 1, 14-20
El Señor vuelve a confirmarnos hoy su llamada. El viene a sacar a los hombres de kas aguas de la muerte y se ha fijado en nosotros para que seamos sus testigos y sus colaboradores.
Nos llama a ser testigos porque Él ha realizado esta obra en nosotros. El ha bajado hasta nuestras muertes, hasta nuestros infiernos y nos ha pescado con la caña de su cruz gloriosa y el anzuelo del Kerigma, del anuncio del amor gratuito de Dios.
Testigos de la fuerza extraordinaria de su Palabra primero sobre nosotros mismos. Como Pedro y Andrés, Santiago y Juan, aunque estábamos ocupados cada uno en lo suyo, hemos escuchado la voz que nos llamaba, que nos invitaba a ir lejos, y pese a todas nuestras resistencias externas e internas, esa llamada tuvo la fuerza de arrancarnos de nuestras seguridades y de vencer nuestros miedos y ponernos en marcha.
Testigos de esta Palabra sobre los demás. Enviados como los discípulos de dos en dos, como Jonás a la pagana Nínive, a la pagana Barcelona, hemos comprobado con sorpresa, como, pese a nuestra rebeldía, pese a nuestra pobreza, pese a ir en una obediencia falta de fe, hemos comprobado que la Palabra, como la lluvia, no vuelve de vacío, sin dar su fruto.
El Señor vuelve a llamarnos para ser sus testigos, y también para ser sus colaboradores. Y por ello comparte con nosotros:
Su propia mirada sobre la humanidad, una mirada llena de verdad Para ver que los hombres están como ovejas sin pastor, sumergidos en las aguas de la muerte, desorientados sin saber dónde tienen la mano derecha y la izquierda, en una oscuridad y soledad grandes.
Una mirada sobre la humanidad llena de ternura y de amor. Una mirada que no juzga ni condena, sino que se solidariza con el pecador, que sabe ponerse en el lugar del hombre perdido para gritar lo que hemos gritado en el salmo: “Recuerda que tu ternura yu tu misericordia son eternas”.
Una mirada sobre la realidad del mundo y de la Historia como proclamaba la 2ª lectura: viendo, a la luz de la eternidad, la transitoriedad de todo. Todo cristiano sabe que la apariencia de este mundo pasa. Como decía Santa Teresa: esta vida es como una noche en una mala posada; o como decía Calderón: la vida es un sueño del que nos despertamos al morir, la historia es un teatro y cuando cae el telón, lo importante es haber realizado bien el papel para el que nos designó el autor. Esa mirada que nos va dando el despego necesario para buscar por encima de todo el reino de Dios y su Justicia.
La Palabra renueva hoy nuestra vocación y la Eucaristía nos une al cuerpo y la sangre de Cristo para, como dice una hermosa oración conclusiva de la misa: “Que sea su fuerza, o sea Cristo viviendo en nosotros, y no nuestros sentimientos, los que guían nuestras vidas..
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