Domingo 3º de Cuaresma "B"


Ex 20, 1-11

Sal 18

1 Co 1, 22-23

Jn 2, 13-25

 

 

             En este tiempo de Cuaresma Jesús quiere entrar en nuestro templo, el personal y el que es nuestra comunidad para hacer una obra de purificación. Lo hace porque se acerca la Pascua y quiere librarnos de todos los restos de Idolatría que puedan quedar, de todo el comercialismo que haya en nosotros, intentando comprar a Dios para que Dios haga nuestra voluntad, convirtiendo así a Dios en un ídolo.

 

El templo está llamado a ser una luz que atraiga, que llame a todos los hombres al encuentro de la Salvación, de la vida verdadera. Para ello es necesario que nuestro templo sea una casa de oración. La oración es el combate por entrar en la voluntad de Dios, porque entrando en la voluntad de Dios es cuando se vive el Reino de Dios, la Salvación, la Vida.

 

            Esa voluntad de Dios que proclamaba la primera lectura: el Decálogo, las diez palabras de vida.Diez palabras como las diez veces que en el relato de la creación aparece “Y Dios dijo” (Gn 1). A través del Decálogo Dios realiza una nueva creación que devuelve al mundo y al hombre toda su belleza y todo su sentido.

 

Esa voluntad del Señor, esa ley del Señor que canta el salmo responsorial. Un salmo que proclama lleno de admiración la belleza, la bondad, la sabiduría, el poder de esa ley del Señor. “Dichoso el hombre que se complace en la ley del Señor, su ley susurra día y noche” (Sal 1, 2). El hecho de que no podamos cumplirla con nuestras fuerzas y que el Señor nos la dé cumplida en Cristo, como un don, como un regalo, no es impedimento para que deseemos conocerla y valorarla en toda su riqueza. 

 

Jesús entra a purificar su templo con el azote de cuerdas. Las cuerdas que nos traen en mente las que ataron a Isaac en su sacrificio, las que atarán a Cristo en su Pasión, las que ceñirán a Pedro para llevarle a donde no quiere ir. Un símbolo de la cruz, de esa cruz cuya sabiduría y fuerza proclama la 2ª lectura. Esa cruz que es el lecho de amor donde el Señor nos hace uno con Él, miembros de su Cuerpo, piedras de su templo.

      

            Destruid este templo y en tres días lo levantaré. Muerte y resurrección. Aceptemos que Cristo purifique nuestro templo para que podamos hacer Pascua con él, podamos morir con él a nuestro culto idolátrico, para que seamos personal y comunitariamente, ese templo “para alabanza de su gloria, de la gloria de su gracia, de la gracia de su amor.” 

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