Domingo 2 Pascua "B"



Act 4, 32-35

Salm 117

1 Jn 5, 1-6

Jn 20, 19-31.

 

                  En el Salmo Responsorial hemos cantado: “Hoy es el día en que actuó el Señor”. Estamos en la octava de Pascua, en el “hoy” de la resurrección, en el “hoy” de la Salvación. El Señor sigue actuando para que puedas cantar con Él “No he de morir, que viviré para cantar al Señor”.

 

                  El Salmo nos invitaba también a proclamar repetidamente: “Porque es eterna su misericordia”. Este 2º de Pascua es también el Domingo de la Misericordia. La resurrección de Cristo abre el seno de la misericordia, el seno del amor gratuito de Dios, el “Rahamim” de Dios, un seno que tiene la fuerza, el poder de regenerar al hombre mortalmente herido por el pecado.

 

¿Dónde podemos hallar ese seno abierto de la misericordia? “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados”. El evangelio nos presenta a la Iglesia, a la comunidad cristiana como el lugar donde Cristo sigue cumpliendo su misión de perdonar al hombre, de resucitarlo de la muerte del pecado. Y la 2ª lectura nos indica que es allí donde Cristo, por los sacramentos, por el agua del Bautismo y la sangre de la Eucaristía mantiene abierto el seno de la Misericordia. Un seno que asombra, que atrae, que llama a los hombres a vivir esa misericordia divina. 

 

                  En la primera lectura el autor de los Hechos de los apóstoles nos muestra cómo la resurrección de Cristo nos da el Shemá cumplido. Alegría, hermanos, que si hoy nos queremos es porque Resucitó. El testimonio de la primera comunidad cristiana es de la profunda unidad entre ambos amores: no se puede amar a Dios sin obedecer su mandamiento de amar a los hermanos, no se puede amar a los hermanos sin amar al que los ha engendrado. 

 

Vivir este amor sólo es posible compartiendo la victoria de Cristo. Su victoria sobre nuestros enemigos; su victoria sobre el mundo y sus seducciones; la victoria sobre la carne y sus pasiones; la victoria sobre el diablo empeñado en demostrarnos que la resurrección de Cristo es un engaño, una ilusión

 

La Resurrección es un hecho tan sorprendente, tan increíble que el Evangelio no duda en mostrarnos las dificultades que tienen los discípulos en creer. Ojalá el Señor nos diera el amor que le tenía María Magdalena. Ella no necesitaba tocara Cristo: “Noli me tangere”. Pero si no, siempre tenemos la opción como Tomás aquí o como en las apariciones en Lucas de aceptar la invitación a tocar a Cristo. Como en el canto de la hemorroísa: “podemos tocar a Cristo por la fe”.

 

Hoy tocaremos a Cristo cuando lo recibamos en nuestras manos en la Eucaristía. Pero, antes, podremos reconocerlo cuando parta el pan para nosotros, cuando se parta y se entregue totalmente a nosotros.

Comentarios

  1. Bendito sea Dios por el don de Jesucristo y por el don de la fe que me ha introducido en la Iglesia y en la sala del banquete. Aquí se abren las puertas , aquí veo los ángeles, las vendas y el sudario.

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  2. Estoy contenta de poder experimentar gracias al Espíritu santo,el tocar a Jesús y reconocerlo en la eucaristía y en los acontecimientos de mi vida

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